CAPÍTULO 47

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Cristian tenía razón. Caminamos un poco y al girar a la derecha, entre algunas ramas, se abría paso un estrecho camino que llevaba a un pequeño lago. En el centro, caía una cascada bastante abundante de agua.

Lo admito. Gracias a él lo encontramos, pero ¿de verdad hacía falta montar la escenita anterior? ¿No le hubiera bastado con decir que estaba oyendo la cascada?

Nada más ver el precioso paisaje, vimos la baliza sobre una roja en el centro del lago.

– No me jodas – susurré más para mí que para él – ¿Y cómo llegamos hasta ahí?

– Por esas rocas – contestó el chico señalando unas cuantas piedras que se encontraban entre el agua y llevaban hasta la pequeña isla a la que teníamos que llegar.

– Yo no voy – dije enseguida dando media vuelta para sentarme en una roca perfecta para descansar.

– Eres tú la que tiene la hoja. Yo encontré el sitio. Es tu turno – dijo acercándose a mí y poniéndose delante impidiendo que disfrutara de las vistas.

Le fulminé con la mirada.

– ¿Estás de broma? Soy una patosa. Si lo hago, resbalaré y me caeré.

– Por eso. Será muy gracioso verlo – sonrió levemente y me lo quedé mirando.

– No lo voy a hacer, Cristian – aclaré – Me niego. Es por mi propia salud.

– ¿Te da miedo el agua? – me preguntó enarcando una ceja.

– Claro que no. Solo no quiero mojarme, ¿entiendes?

Él volvió a sonreír, pero esta vez con malicia. Sabía que había planeado algo y viniendo de él, podría tratarse de cualquier cosa.

– Vale – se dio la vuelta y se acercó a la primera piedra que llevaba a la baliza. Se inclinó un poco hacia delante para mirar el agua – Voy yo. Dame la hoja – tendió una mano hacia mí.

Me sorprendió que cediera tan rápido, pero me levanté orgullosa de mis dotes de manipulación y me acerqué a él para darle la hoja donde debía marcar la baliza.

Entonces, sin previo aviso se agachó, metió la mano en el agua y la sacó lanzándome todo el agua que pudo encima. No fue demasiada pero fue suficiente como para que se notara el agua en mi ropa.

Grité y me aparté corriendo de él. Maldecí en alto todo lo que se me ocurrió y le miré de tal manera que, si las miradas matasen, ya estaría muerto.

El se rió un rato y por alguna razón, a pesar de estar cabreada me entraron ganas de reír también. Sonreí intentando no hacerlo, pero las ganas me ganaron. Me sacudí la ropa lo mejor que pude.

– Te voy a matar – dije estrujando la sudadera. De ella apenas cayeron algunas gotas.

– Mira. Ya puedes ir. No corres riesgo de mojarte. Ya estás mojada – dijo con una mano apoyada en la cintura y con la otra señalándome de arriba a abajo.

Me acerqué lentamente a él. Se estaba burlando de mí claramente. ¿Debía pegarle? ¿Gritarle? ¿Bes...? Espera, ¡¿qué?!

Sonreía. Estaba sonriendo. Desde que lo conocí nunca le había visto sonreír y divertirse tanto como hoy. Algo le había pasado esta semana. Pero, había que decir que le quedaba bastante bien.

– Tú ganas – abrí ligeramente los brazos en señal de rendición – Pero esta me las vas a pagar – añadí pasando por su lado y chocando mi hombro con el suyo.

Él se quedó ahí de pie, cruzado de brazos esperando a ver como me la pegaba.

Solté un gran suspiro y miré las rocas. Vale. No parecía tan difícil. Eran grandes y mi pie cabía perfectamente en ellas además de que no estaban muy separadas las unas de las otras.

Me giré hacia Cristian al notar su mirada continuamente sobre mí.

– ¿Puedes mirar para otro lado? Ya es bastante difícil para mí como para...

– Espera – me interrumpió – ¿Te incomodo? – elevó las cejas esperando mi respuesta.

– Claro que sí – mis labios funcionaron más rápido que mi cerebro y al segundo me arrepentí de haber dicho eso.

Él sonrió con los labios pegados. Me di la vuelta para ocultar mi cara roja como un extintor.

– Por favor. ¿Puedes mirar a otro lado?

– ¿A dónde quieres que mire?

– ¡Yo que sé, Cristian! A un tronco, a un pájaro... ¡me da igual! Menos a mí, lo que quieras – no respondió y di por hecho que me había hecho caso.

Entonces, miré las rocas y comencé a pasar de una a otra. No fue difícil pero notaba que la roca resbalaba muchísimo. No obstante, con algún que otro susto llegué sana y salva a la baliza. Me acerqué a ella marqué el papel. Como la cascada estaba tan cerca, parte del agua que chocaba contra el lago me salpicaba. Sin embargo, era agradable estar tan cerca de algo tan hermoso. Me quedé unos segundos admirando el bonito paisaje que me rodeaba y después, decidí volver.

Estaba orgullosa de mí, pero no lo quise demostrar delante del chico. Pisé las mismas piedras y cuando ya casi estaba a punto de tocar tierra, tropecé. Pegué unos cuantos traspiés y logré salir de las piedras, pero no conseguí aguantar el equilibrio. Mi cuerpo iba a impactar contra el suelo, pero Cristian fue más rápido. Me pasó una mano por la espalda y con la otra agarró fuerte de mi sudadera hacia el lado izquierdo de mi cintura. Así, me sujetó y me salvó de una buena caída.

Nos quedamos en esa posición unos segundos con la respiración agitada. Estaba cerca pero no demasiado. No obstante, sus ojos negros como el mismísimo vacío me absorbieron y un déja vu apareció en mi mente dejándome un tremendo dolor de cabeza. No llegué a recordar nada pero la sensación vino y se quedó dejándome muy mal cuerpo.

– Sí que eres patosa, sí – comentó sin quitarme los ojos de encima.

Me examinó el rostro sin cortarse un pelo y unos segundos después, hizo un último esfuerzo para levantarme y recuperar el equilibrio.

Me quedé sin palabras sin saber si era por cómo me había salvado o por el mal sabor de boca que me dejó el recuerdo, sin saber si quiera de qué se trataba.

– Gracias – dije con un gran nudo en la garganta.

– De nada – respondió – Para que veas que no puedo perderte de vista ni un minuto – añadió guiñándome un ojo y de alguna forma, el gesto me reconfortó.

🧡

🥴3/5🥴

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now