CAPÍTULO 58

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Lo dicho. Me había perdido.

Todos los pasillos eran iguales y con todo lo que había bebido se me hacía más difícil saber dónde me encontraba.

De repente, me entraron unas ganas terribles de ir al baño. Como no sabía dónde había uno, probé a abrir todas las puertas que me encontraba. La mayoría estaban cerradas o eran habitaciones y más de una vez tuve que pedir perdón a los que estaban dentro por haber roto su intimidad. Creedme cuando os digo que hubo cosas que preferiría no haber visto.

Estuve buscando durante un buen rato hasta el momento en el que pensé que me iba a mear encima. Harta y a punto de estallar –literalmente– me acerqué a la primera puerta que encontré y probé a abrirla. Como no, estaba cerrada pero la forcé un poco y finalmente cedió.

Entré dando un par de traspiés a la vez que el sonido de metal chocando contra el suelo me chirrió en los oídos. Había roto la cerradura.

– Ups – dije para mí al mismo tiempo que observaba los pedazos que había en el suelo.

Elevé la mirada para ver dónde había entrado. Parecía una especie de biblioteca. Había estanterías pegadas a las cuatro paredes de la habitación excepto en una parte donde había una puerta.

Corrí hacia allí con la esperanza por delante mía y giré el pomo. Dios tuvo que haber oído mis súplicas porque allí se encontraba un baño perfectamente equipado.

Una vez que acabé, me lavé las manos y me miré al espejo. El maquillaje no se me había corrido nada pero notaba que algo en mi cara iba mal. La noticia de Verónica me dejó marcada, pero oye, me alegraba muchísimo por ellos. Ojalá lo pasasen tan bien como me lo iba a pasar yo aquella noche.

Adopté esa actitud y la reforcé con mi labial rojo. Con él puesto, tenía mucho mejor aspecto. Sonreí a mi reflejo y salí de allí. Entonces, me percaté de algo que antes no había visto. Bajo la única y enorme ventana que había en aquel cuarto, había un escritorio con un portátil encima. Estaba abierto y al alcance de cualquiera.

Aguanté la respiración.

No, Valeria. Ya has cotilleado bastante para toda tu vida. No te atrevas a mirar ese portátil.

Lo sé, lo sé. Pero míralo, me está llamando.

¿Tanto alcohol has bebido que ahora oyes cómo te hablan las cosas? Anda, coge la puerta y pírate.

No puedo. ¿Recuerdas que el padre de Álvaro y la madre de Verónica trabajaban juntos y estaban metidos en líos legales?

Valeria, no.

Solo será un vistazo rápido.

Tras asegurarme de que la puerta estaba bien cerrada, di media vuelta y me acerqué al ordenador. Me senté en la silla, moví el ratón y la pantalla se iluminó. Para mi gran suerte, estaba bloqueado con contraseña.

– Mierda – susurré.

Probé con el nombre de Verónica y el de su hermana, pero ninguna era la contraseña correcta. Eché otro vistazo al escritorio. Además del portátil, a la derecha había un portalápices lleno y a la izquierda un marco con una foto. Lo alumbré con la luz de la linterna para verlo mejor. Se trataba de una foto de Verónica, su hermana, otra mujer que era igual que ellas (o sea, su madre) y un perro muy pequeño. Su madre parecía joven o es que se había preocupado tanto por su aspecto que aparentaba tener 10 años menos de los que pensaba. A las tres se las veía muy felices sonriendo a la cámara, incluso parecía que el perro también sonreía. Era un yorkshire terrier y llevaba una placa con su nombre.

No iba muy lúcida que digamos, pero la bombilla que pocas veces se enciende en mi cabeza se iluminó exageradamente. Miré el ordenador, luego el marco de fotos y otra vez al ordenador. ¿No era demasiado fácil? Aun así, entrecerré los ojos lo máximo para poder leer el nombre del perro en su placa: coco.

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now