Prólogo

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Había pasado un mes de su partida y era la tercera vez que ella despertaba en los brazos de otro en un lugar desconocido. Mira hacia su derecha y un chico de unos veinticuatro años de cabello oscuro tenía los ojos cerrados y suspiraba lentamente, giró su mirada hacia la izquierda y aún quedaban restos de polvo blanco con dos pequeños tubos –nunca van a ser como él, nunca se va a sentir como él- esas palabras nunca salían de su mente, todos los días lo pensaba, un mes desde que se fue sin decir adiós, sin rastros, como si fuera un fantasma.

Se levantó de la cama, su cuerpo estaba desnudo y se miró unos segundos en el espejo. Parte de su cuerpo estaba cubierto de tatuajes, marcas que se hicieron sobre la piel dejando recuerdos. Se detuvo en su brazo derecho donde había un lobo “lobos, eso es lo que somos, la fuerza del lobo está en la manada y la fuerza de la manada está en el lobo. Sin ti, perdería una parte de mí, una parte que jamás podré recuperar” –tú te fuiste, tú me dejaste, abandonaste a tu manada y yo he perdido mis fuerzas- las palabras seguían en su cabeza y no dejaba de pensar en él. Tomó su ropa que estaba esparcida en el suelo de aquella habitación, se vistió y tomó todo el dinero que aquel desconocido tenía en su billetera. Se encontraba en la calle a las nueve de la mañana por un barrio que muy pocas veces visitaba. Puso la mano en el bolsillo del pantalón y por suerte el atado de cigarrillos estaban en él junto con el encendedor, prendió uno y fue tragando el humo del mismo disfrutando de cada pitada. Él le había enseñado aquel barrio hace bastante tiempo “le gente viene aquí para olvidarse de todo” y eso era exactamente lo que ella quería hacer, olvidarlo todo. Siguió su camino hasta La Casa Roja, dónde sabía perfectamente lo que daban allí. Era temprano para comprar, pero ya que estaba allí decidió hacerlo, estaba cansada, cansada y lastimada, dolida como nunca jamás lo estuvo, para algunas personas un mes era poco tiempo para superarlo pero para ella era una eternidad, una que no tenía ganas de seguir esperando. Cuatro golpes rápidos y dos lentos. Después de esperar unos segundo afuera, un hombre de unos treinta años abrió aquella puerta, ella lo reconocía, lo había visto varias veces antes pero jamás habló con él.

—   ¿Dylan? ¿Qué haces sola por aquí? —dijo aquel hombre al ver a la joven parada frente su puerta fumando un cigarro.

—    ¿Me dejas pasar? Es de mala educación no hacer entrar a tus clientes. —largó humo de su boca y dijo en seco.

—     ¿Desde cuando eres cliente?

—    Desde hoy. —ella rosó su hombro con su brazo para adentrarse a aquella casa— Parece que no vas a cambiar nada nunca aquí, ¿eh? —todo estaba en el lugar de siempre, al igual que un chico tirado en el sofá junto a una chica diferente cada vez que iba a allí.

—     ¿Qué quieres? No tenemos interés en remodelaciones y dudo que quieras colaborar con ellas.

—   Quiero que me des algo fuerte y en cantidad, algo que te haga sentir que simplemente te desvaneces. —su mirada era dura, siempre fija a los ojos.

—     Aguarda un segundo, sé lo que buscas. —el tipo desapareció por una de las habitaciones y luego de un par de minutos volvió con un tarro del largo de su mano y se lo tendió a ella.

—    ¿Qué es? —dijo ella agarrando el frasco.

—    Simplemente lo que necesitas, tú misma sabes que no te interesa lo que te doy y sé perfectamente lo que quieres hacer.

—    ¿Ah sí? ¿Eres brujo o algo de eso?

—     No, pero con lo poco que sé de ti pude leer en tus ojos lo que deseas.

—    Bien. —ella tomó el frasco con fuerza y lo metió en el bolsillo de sus pantalones que eran bastante amplios— ¿Cuánto te debo?

—     Nada, hace mucho que nadie me pide ese tipo y además siento que te debo un favor, así que tómalo como cortesía de la casa.

—    Gracias entonces, adiós Rick, suerte en el negocio. —la joven de ojos grises se dirigió hacia la puerta sin esperar respuesta alguna.

—   Nos veremos luego, niña. —ella rió dándole la espalda tocando el picaporte de la puerta.

—    Tal vez nos veamos del otro lado, Rick.

Abrió la puerta del apartamento en  el que ella vivía con él, había pasado un mes y no tenía dinero para pagar la renta, sabía que tarde o temprano la iban a sacar de allí. Se pasó horas acostada en la cama, ni siquiera quiso comer, nada, ¿llorar? Las lágrimas no salían, solamente pensaba, recordaba cada día que estuvo junto a él, no había felicidad en su rostro y tampoco había tristeza, sólo lo pensaba, pensaba en cada palabra que salía de su boca, en cada vez que sus manos tocaban su piel, en cada cosa que él le había enseñado –si tú te fuiste sin haberte importado el hecho en que yo me quede sola aquí, no te importará que yo me vaya para nunca más volver ¿verdad?- , se levantó de la cama y fue al pequeño baño del apartamento, se vio nuevamente en el espejo, debajo de aquellos ojos grises había ojeras, ojeras de hace días, se levantó la remera y se tocó suavemente el abdomen, podía sentir cada hueso de su tórax, se había negado a comer, se veía más vieja, más vulnerable –esta no soy yo- se dijo a si misma ante el espejo. Miró su reloj de mano y la hora indicaba las ocho quince –iba a esperar a medianoche pero ya no aguanto más-, destapó el frasco que tenía en la mano desde el momento que decidió entrar al baño, dejó que caiga una píldora en su mano derecha y la tragó. Se volvió a ver al espejo y sonrió, bajó la mirada hacia sus manos y esta vez sacudió el frasco para que caigan más de aquellas pastillas que desconocía, aun así no le importaba, tragó cada una de ellas y antes de que las pastillas hagan efecto escribió un mensaje en su celular “Tú decidiste irte, entonces yo también me voy, te veré en el infierno”. Pasaron unos pocos minutos y su vista comenzó a nublar, su cuerpo dejaba de reaccionar, se sentó como pudo en el suelo, mirando hacia la puerta, como esperando a que alguien cruzara por ella, pero nadie lo hizo, un dolor extremadamente fuerte se apoderaba de su cuerpo, comenzó a gritar, no podía contenerlo más adentro, ahora las lágrimas pudieron salir, al igual que las palabras: “Te amo”.

Addicted [l.r.h.] #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora