Epílogo

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Él no dejaba de sudar. Estaba nervioso, le costaba concentrarse, la mente se le había puesto en blanco. Había más de cincuenta personas a su alrededor y eso hacía que se bloqueara aún más. Suspiró. Sabía las respuestas, había estudiado para aquel examen pero simplemente no podía concentrarse. Cerró los ojos y no pudo evitar ver escenas del pasado, seguía yendo a terapia aunque ni siquiera a su psicólogo le decía que había pasado realmente. Por más de todo lo que había pasado, él jamás iba a soltar una palabra aunque no aguantaba las ganas de gritárselo a alguien. La ausencia de su familia, de su mejor amigo, de ella... era algo de lo que le costaba adaptarse, demasiado.

El sonido de la alarma de incendios lo había sobresaltado. Miró hacia el frente y vio como todos comenzaron a salir del aula. Agarró sus cosas apresuradamente y salió. Los sensores habían detectado fuego porque estaban rociando agua en los pasillos y poco después también en las aulas. Siguió a la multitud de gente para salir de allí, algunos parecían mantener la calma mientras que otros parecían estar desesperados. Él sentía como su corazón se aceleraba aunque jamás se iba a comparar en cómo se sintió meses atrás. Él siguió a las personas que salieron con él, todavía no podía acostumbrarse a la universidad y se sentía perdido a veces. De pronto sintió como le tironearon el brazo y lo arrastraron hacia el interior de una de las salas. Estaba todo empapado y no podía pensar con claridad. Sintió un portazo y vio como alguien con campera negra y capucha puesta estaba de espaldas a él cerrando la puerta con llave. Su respiración se aceleró, no entendía absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo.

La persona se dio vuelta y se quitó la capucha. Él se la quedó mirando con los ojos bien abiertos, habían pasado dos meses desde la última vez que la vio. Se sintió extraño, emocionado pero a la vez asustado de verla. Ni siquiera sabía en qué pensar.

—¿Dylan? —ella sonrió y se puso las manos en la cintura. También estaba empapada, todavía estaban los rociadores encendidos.

—Hola Luke. —estaba feliz de verlo, demasiado, el pulso se le aceleró al conectar sus ojos con él.

—¿Qué estás haciendo? —levantó la voz algo desesperado— Hay que salir, hay un incendio...—ella levantó una ceja y él se interrumpió— Diablos, no me digas que fuiste tú.

Ella sonrió de lado.

—No me dejaban verte. —respondió— Tuve que encontrar una forma de hacerlo.

—¿Qué haces aquí? —Luke todavía no sabía cómo reaccionar. Seguía sin aceptar su decisión, seguía molesto por tomar aquella vida sobre lo que ambos tenían pero tampoco la juzgaba, él la había conocido de esa manera y no podía engañar a nadie, eso es lo que ella es.

—¿Qué no es obvio? —se encogió de hombros— Vine a verte.

—Ya me viste, ahora vete. —respondió de mala gana y ella se cruzó de brazos.

—No recorrí ochocientas millas solo para esto, Luke. —él le quitó la mirada en encima— Hay algo que debo decirte.

—No tengo ganas de hablar contigo, Dylan. —se sobresaltó— Estaba a mitad de un examen importante, se me mojaron todos los apuntes por tu culpa.

—¿Otra vez volvemos a lo mismo? —ella levantó los brazos negando con la cabeza.

—No volvemos a nada. —repuso con la voz firme— Ni siquiera sé qué haces aquí si decidiste dejarme en primer lugar.

—No es tan sencillo como crees. —ella también endureció la voz, no esperaba encontrárselo de esa forma.

—Es tan sencillo como tú misma lo demostraste, Dylan. —parecía molesto— Después de todo lo que pasó, de lo que tuvimos, de lo que hicimos, pensé que ibas a pensar un poco en mí.

Addicted [l.r.h.] #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora