Problema (Capítulo 7)

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-Rubén...

-Sabes que no tienes que hacer nada, mamá. Este hombre no es nada para ti-

-Rubén.

-...ni para nuestra familia.

-Yo soy tu familia – dijo Horace, mirando a su hijo con las cejas levantadas.

Rubius lo miró fugazmente para luego volver a mirar a su madre, absteniéndose de contestar.

-¿Puedo hablar contigo a solas, madre?

Ella lo miró, suplicante. Rubén sintió cómo su corazón se retorcía en esa mirada. No quería lastimarla, pero debía hacerlo antes de que su padre lo hiciera por él.

Ambos entraron en el cuarto de su madre. Rubén cerró las manos en puños al ver que habían agregado otra almohada a la cama matrimonial.

-¿Él dormirá aquí? – se volvió para mirarla. Parecía asustada.

-No lo decidí yo.

-Claro. ¿Desde cuándo decidimos algo, verdad?

-Rubén...

-¿Por qué lo dejaste pasar?

-No podía cerrarle la puerta en la cara así como así... Él pasó a saludar a Ginny y luego me dijo que iba a quedarse... Me preguntó por ti, y pensé...

-¿Qué? ¿Qué pensaste? ¿Que había cambiado? ¿Que ahora sería un buen hombre? ¿Un buen padre, es eso?

-No, hijo, no lo sé...

-¡Ese es el problema! ¡No lo sabes! ¡No sabes nada! Ni cómo, ni por qué, ¡ni nada! ¿Es que acaso olvidas lo que te hizo? ¿Olvidas lo que nos hizo?

-No, no lo olvido – dijo bajando la mirada, llena de vergueza. Rubius podía verlo, casi sentirlo. Le partía el corazón verla tan frágil, indefensa. Porque así se sentía él. Si hay algo peor que saber que no puedes hacer nada, es ver que tu madre tampoco puede.

-Si mal no recuerdo, soy parte de esta familia tanto como tú, y creo que mi palabra también vale.

-Esto no es una democracia, Rubén.

-Tampoco es una dictadura, mamá. Pero eso es lo que parece.

Ella suspiró.

-Debes entenderme, hijo. No puedo echarlo. Al menos... al menos deja que se quede el fin de semana.

Él se quedó pensando. Un fin de semana. Dos días. Sería poco tiempo, pero demasiado. 

Decidió hacerlo por su madre.

-No gastará ni un euro de nuestro dinero. No levantará la mano ni la voz en esta casa ni hacia ninguno de nosotros en ningún momento. No dormirá aquí, dormirá en el sofá del salón. No te obligará a hacer nada que no quieras hacer. No respirará más de lo necesario bajo este techo. ¿De acuerdo?

-Me parece perfecto – dijo Horace, desde el umbral de la puerta. Miraba a su hijo con una expresión de diversión en el rostro, como si le causara gracia ver a Rubén tomar decisiones.

Rubius tomó la almohada sobrante de la cama de su madre y se la lanzó, no con poca fuerza. Este la atrapó al vuelo sin cambiar de expresión y se fue al salón.

Rubén se acercó a su madre y la abrazó. Esta le correspondió, temblando, llorando lágrimas que no querían salir, diciendo cosas que no se animaba a nombrar.

-Lo siento, mamá – le dijo. Ella asintió – Es que yo también tengo miedo, ¿vale? – ella volvió a asentir – Lo siento.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now