XVII. ☆ ¿Vale la pena? ☆

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—No sé cuál es su ventana —me excusé una vez más.

Ray rio entre dientes.

—Búscalo en tu oído —sugirió, condescendiente—, cuando uno pasa varios días con una misma persona empieza a reconocer su latido, ¿no te pasa?

Pensé en la ironía de que con Marco eso fuera más que evidente y fuerte. No le había contado a Ray ese detalle sobre mi atracción hacia Marco, pero pareció bastante apropiado el comentario. 

—Sí, me pasa.

—Eso es. Escucha entonces.

Nos detuvimos a mitad del jardín y yo cerré los ojos, dejando que el sonido pausado de su corazón, evidentemente en estado de reposo, me arrastrara. Lo detecté más fuerte en el lado izquierdo de la casa, al abrir los ojos, señalé hacia ahí.

Me pareció curioso descubrir que para Ray —y para mí— la ebriedad se iba más rápidamente que para un humano. Lo que a una persona le habría tomado ocho horas de sueño, a mí ya me estaba pasando, el mareo ya se me estaba yendo y tenía los sentidos más despiertos.

Caminamos hasta el lateral de la casa y alcé la mirada, solo había dos ventanas, una pequeña que supuse que era de un baño y una grande, que supe que era la de la habitación de Marco.

—Creo que es esa —dije—. ¿Cómo se supone que suba?

—¿No has aprendido a levitar?

—Cosas, sí. Pero que yo sepa ni siquiera nosotros podemos volar.

Pensé por un segundo que esa era otra de las lecciones que mi padre me había ocultado, pero Ray me explicó antes de que me emocionara con la idea de volar:

—No, pero yo sé levitar entes ajenos, y tú eres un ente ajeno, así que...

Dejó sus palabras en vilo, no tardé nada en comprender y le asentí. La verdad, la idea de que un medio mareado Ray me subiera con magia no me sonó muy bien, pero sentía que si objetaba, me arrepentiría de inmediato.

—¿Y si alguien se da cuenta?

—Nadie lo hará. Si algún vecino se asoma por acá, yo me encargo. Y tú cuando entres, le pones el silencio a su puerta para que dentro de su casa nadie se asome tampoco.

De repente me entró una duda inquietante:

—¿Has hecho esto muchas veces antes?

—Tal vez. Pero no pienses mal de mí, nunca cruzo límites físicos con nadie diciéndoles que es un sueño. No soy ese tipo de hombre.

—¿Y para qué lo haces entonces?

Ray mordió su labio, puedo adivinar que abochornado.

—Te lo contaré después, ¿sí? Tú apresúrate ahora y luego hablamos. —Asentí y di un largo suspiro, de repente nerviosa. Ray pareció recordar algo de repente y sacó de su bolsillo un tarro diminuto de mentas, sacó dos y me las tendió—. Toma. Si es un sueño de Marco, seguro que no hueles a licor.

Metí las dos cápsulas a mi boca, agradeciéndole con la mirada.

Ray se alejó dos pasos de mí y elevando su mentón me preguntó si estaba preparada, me puse de frente a la casa y de nuevo moví mi cabeza para indicarle que sí. Casi de inmediato me sentí separando los pies del césped; me costó mantener el equilibrio y no entrar en pánico ante la nueva sensación de estar flotando, pero la experiencia duró poco porque solo eran dos metros y medio los que debía subir.

Quedé de pie en el tejado sobresaliente frente a su ventana; así de cerca, estuve más segura de que ahí dormía Marco. La cortina era oscura por lo que no pude ver nada al asomarme, pero con un movimiento de mi mano la corrí para ver en dónde estaba el pestillo. Lo saqué con otro movimiento y la ventana se abrió; el corazón me latió desbocado al sentir que cometía un delito —lo que no era del todo exagerado—; caminé rápidamente en puntas hasta la puerta y le puse el silencio antes de detenerme a mirar alrededor.

Karma de Estrellas  •TERMINADA•Where stories live. Discover now