XVII. ☆ ¿Vale la pena? ☆

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—¿Qué hacemos acá, Ray?

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—¿Qué hacemos acá, Ray?

Intentaba hablar en voz baja, como si hacerlo en un tono normal fuera a despertar a todo el vecindario que por supuesto dormía. El reloj marcaba la una y veinte de la madrugada, aparte de las sombras que los árboles hacían en el suelo por la luz de la luna y una que otra farola, no había vida en esa calle.

—Ve a verlo.

Ahogué una exclamación de molestia.

—¿Qué?, ¿estás demente? No me va a abrir la puerta a esta hora, creerá que estoy loca y ebria. Y loca no estoy.

—Ve por su ventana.

—¿Estás doblemente loco? —exclamé, mirando en todas direcciones, casi esperando que la policía llegara a multarnos, a él por conducir ebrio y a mí por estar ebria sin ser mayor de edad—. Eso se llama allanamiento a bien privado o acoso... no sé, pero es ilegal.

—Estarás bien, Karma. Solo sube a su ventana, entra y habla con él y...

—¡Ray! —siseé—. ¿Te estás oyendo?

—Y le haces creer que es un sueño —completó. Esta vez no lo interrumpí—. Las personas son vulnerables si están ebrias o medio dormidas, tú entras, lo despiertas, le dices que está soñando y hablas con él.

Por dos segundos lo consideré, pero sacudí la cabeza rápidamente.

—Pero, ¿con qué motivo?, ¿qué se supone que le diga?, ¿que necesito la tarea de alguna materia? Es sábado y son casi las dos de la mañana.

No nos habíamos bajado de la moto y él tenía su cabeza inclinada hacia atrás para poder hablarme. Usaba también un tono confidencial, bajo.

—Pregúntale si le gustas, si está dispuesto a estar contigo aun sabiendo que le dolerá al final, si siente por ti lo mismo que tú por él. 

—¿Para qué? Yo... yo no puedo ni siquiera considerarlo, es cruel, Ray...

—No lo es. Él se olvidará de que existes al final de todo, o al menos no recordará que te amó si es que llega a hacerlo. Tú tendrás tus recuerdos y nadie sale herido.

Intenté razonar como él al responderle:

—Si al final va a olvidar todo, ¿de qué sirve que me diga que está dispuesto?

—Te merma la culpa —dijo con simpleza—. Es lo único que te detiene, admítelo.

Me callé cuando le hallé razón a su argumento. En realidad, eso era lo que me detenía: la culpa que podría sentir; ganas no me faltaban, herramientas tampoco, disposición mucho menos. Era mera carga moral. Por primera vez miré hacia la casa de Marco como si lo estuviera en serio considerando.

—No sé... no sé escalar ventanas.

—Yo te ayudo a subir.

Ray tomó mis palabras como que accedía así que se bajó de la moto y me tendió la mano para ayudarme a bajar también. A medida que caminábamos por el césped, el latido de Marco empezaba a hacerse presente en mis oídos.

Karma de Estrellas  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora