Amigos (Capítulo 3)

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- ¿Quieres sentarte con nosotros? 

- Claro – tomó sus libros y cerró el casillero, caminando al lado de Gwen.

- Al y yo siempre nos sentamos afuera, pero si quieres ir adentro no pasa nada...

- No, no, está bien. En serio.

- ¿Afuera está bien?

- Afuera está bien – sonrió.

Al resultó ser un muchacho alto, de unos ojos extrañamente negros, y rostro amigable. Gwen y Al estaban saliendo hacía seis meses y eran muy felices juntos; se los veía bien, eran de esas parejas con las que es divertido salir un viernes a la noche. Ambos eran amables y de risa contagiosa. Parecían más hermanos que novios.

- Lo juro. Si no fuera por Mangel seguro no habría completado la mitad de ese examen – dijo Gwen.

Estaban sentados bajo un árbol del patio. Gwen comía su ensalada (era vegetariana) mientras Al reía, con su sándwich en la mano. Mangel sonreía, a punto de devorar una manzana.

- Yo que tú no hablo hasta que Mellacos entregue las notas – comentó –. Me cagaré en algo como no hayamos aprobado ese examen.

Al rió.

- Tiene razón. Contigo como ayuda, el pobre Mangel no puede permitirse conservar esperanzas de aprobar – bromeó, dándole un codazo a Gwen.

Mangel contuvo la risa mientras ella miraba a su novio con los ojos como platos.

- ¿Estás de coña? ¡Gracias a mí no suspendiste Biología, cabrón!

Al estalló de la risa, al igual que Mangel.

- ¡Calla! Eso fue gracias a mi intelecto superior al de todos ustedes, entes subdesarrollados.

Los tres rieron. Era agradable volver a reír, pensó Mangel. Reír con tus amigos.

Decidió no preguntar por Rubén aún. No quería parecer interesado o chismoso. A parte, comenzarían a hacerle preguntas, preguntas que no quería responder, ni sabía cómo.

Así que se limitó a almorzar y reír con Al y Gwen.

Mangel llegó a su casa, evitando la zona del callejón. Sacó las llaves, subió los escalones del porche y, antes de abrir la puerta, miró hacia la banca mecedora.

Estaba vacía.

Soltó el aire que estaba contenido inconscientemente y se decidió a entrar.

- No. Estoy aquí.

Mangel se dio vuelta, con el corazón a mil.

Rubén estaba apoyado contra la columna del porche, al lado de las escaleras, sonriendo torcidamente.

- ¡Joder, que me matas de un infarto! – le recriminó.

Rubius rió.

- Tranquilo, Mangel. Sé que tanta belleza junta es muy impactante para ti, pero contrólate.

- Gilipollas... - masculló mientras se calmaba.

- Sensible... - lo imitó.

- ¿A qué has venido? – le preguntó.

- No lo sé. No tenía a dónde ir.

Mangel alzó las cejas.

- ¿Quieres pasar? – ofreció.

- ¡No! – se sorprendió Rubius –. No lo dije con esa intención.

- ¿Y cuál es tu intención?

- No lo sé. Hablar.

- Qué bien, hoy estás en plan conversador. Bien, conversemos. ¿Qué haces en la puerta de mi casa?

- Quiero hablar contigo.

- ¿Por qué?

- No lo sé. ¿La gente tiene usualmente tiene razones para hablar?

Mangel lo pensó.

- La mayoría de las personas sí, las tienen.

- Bueno, pues no soy de la mayoría.

- ¡Oh, ya estamos!

- ¡Eh! No menosprecies al 5%.

- ¿Puedes responderme una cosa, si tanto quieres hablar?

- Vale.

- ¿Por qué me defendiste en el callejón?

La mirada de Rubén se ensombreció.

- Creí que ya lo habíamos hablado.

- Respóndeme.

Rubén suspiró.

- Eric y su banda de subordinados idiotas. No los soporto. Siempre quise matarlos a golpes, y tú me diste un motivo para hacerlo – sonrió complacido. 

Mangel palideció.

- ¿Los...? ¿Los mataste a... gol...pes...?

Rubius bufó.

- Claro que no. Solo los golpeé para humillarlos un poco.

- Oh, y ¿por eso tus nudillos...?

- Sí.

- ¿Y tu labio...?

- Había un cuarto subordinado. No lo vi venir, pero lo controlé rápido. – sonrió orgulloso.

- ¿Peleaste contra cinco hombres, y la única herida que tienes es un labio minúsculamente partido?

- Ajá.

- Hostia, chaval – Mangel no salía de su asombro - ¡Hostia chaval! – repitió –. Estás de coña.

Rubius rió.

- Quizá – aún sonriendo miró su reloj de muñeca y luego miró a Mangel –. Debo irme – se despegó de la columna y bajó los escalones.

- ¿A dónde vas? – preguntó, extrañado. Él no parecía del tipo de chicos que llegan temprano a casa.

- Nada importante.

- ¿Entonces por qué te vas?

- Tu porche está aburriéndome – soltó sin más, y se alejó.

Mangel se lo quedó mirando. La puerta de su casa se abrió a sus espaldas, dejando ver a Maia, que observaba a Rubén alejarse.

- Es lindo – comentó.

- Sí, lo es – murmuró Mangel, absorto en sus pensamientos –. No, espera, ¿qué?

- ¿Eh? – se extrañó su hermanita.

- Nada – se alivió. No tenía idea de por qué había dicho eso -. ¿Estabas viéndonos?

- Sí. Vi desde la ventana cómo te entregaba esa extraña bolsita que tienes en el bolsillo – se cruzó de brazos.

Mangel puso los ojos en blanco.

- Claro que no los vi, tonto.

- ¿Oíste algo?

- Oí cómo se te declaraba y te proponía casamiento.

Mangel volvió a poner los ojos en blanco.

- Maia, ve adentro – ordenó él.

Se volvió a ver cómo Rubén desaparecía por la esquina. O su imaginación le jugaba una mala pasada, o el chico se había vuelto a mirarlo.

DAMN. ¿Qué les pareció? n.n En el próximo habrá mas salseo. Lo prometo. Díganme en los comentarios si hay algo que podría mejorar. Próximamente los capítulos tendrán un poco más de "contenido" así que NO DESESPEREN.

PD: AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now