34. Consejeros matrimoniales

Comenzar desde el principio
                                    

—Ah, vale—suspiré. Entended mi sorpresa. No me esperaba que me reconociera aquello a la cara. Pensé que la cena era su forma de decírmelo (que de por sí ya me parecía un gesto gigantesco, viniendo de ella).

—¿Por qué tardáis tanto? —apareció Alba en la puerta.

—Estábamos hablando de una cosa—le dijo Marina, rodeándola por los hombros. La miró fijamente—. Su familia se portó muy bien contigo. Supongo que querrás que la tuya haga lo mismo con ella—le susurró. Alba agachó la cabeza—. Puede que mamá y papá tarden en aceptar esto, pero quiero que sepas que Damion y yo estamos contigo. Estamos con vosotras.

—Lo sé... Gracias, Marina—se abrazó a su cintura. Yo sonreí. Me alegraba ver esa estampa. Me tranquilizaba de cara a mi marcha.

El timbre de la puerta las separó.

—Y media justas—carcajeó mi novia mirando su reloj.

—Ve a abrir, anda—le dio una cachetada Marina. Alba obedeció inmediatamente.

—¿Esto es una especie de bienvenida a la familia? —intenté vacilarla cuando superé mi shock.

—Relaja la raja, amiguita. Eso te lo tendrás que ganar poco a poco. Acabáis de empezar.

—Ya, pero...

—Todavía me duele lo que pasó con mi padre. Vas a tener que ganar muchos puntos para que se me olvide eso... Aunque reconozco que él tampoco estuvo muy acertado.

—Ya, siento...

—No pasa nada. Me has demostrado otras muchas cosas—sonrió. Yo también.

—¿Entonces... qué pretendes con todo esto?

—Darte una oportunidad a ti y a mi hermana para conocerte. Al principio estuve tan en contra de todo que ni siquiera intenté que me cayeras bien. No sé, no os tomé en serio... Eso sí—me dio uno de sus pellizcos retorcidos, y yo ahogué un grito entre mis dientes—. Como después de la que hemos liado te de por destrozarle el corazón a mi hermana, te juro que voy a Madrid yo misma y te...

—¡No lo haré, te lo prometo!

—Buena chica—me soltó con desprecio. Putísima ama.

—Hija de...

—¿Qué?

—Nada, nada.

—Lo siento. Si quieres ganarte un hueco en esta familia, tendré que seguir imponiéndote. No quiero que te confíes—me guiñó el ojo.

—¿Pero puedo llamarte cuñada, o no?

—Me vas a llamar como te dé la gana, te diga lo que te diga—reímos—. Ven. Te voy a presentar a mi novio.

—Espero que sea tan simpático como tú.

—Qué graciosa la macarrilla...

—Gracias por la oportunidad, Marina. Yo también tengo ganas de conocerte bien, no como la hermana plasta-sargento de mi novia—dije rápidamente antes de que giráramos al salón. Perfecta estrategia, porque así ya no podía contestarme. Marina se tragó una risa impotente.

En el salón me topé por primera vez con Francisco. Tenía el pelo muy corto, flequillo engominado hacia la izquierda con su rayita bien hecha. Providenciales entradas a sus treinta y tres años, ojos muy azules escondidos tras unas gafas de pasta. Sonrisa seria. Os juro que existen. Barba recién afeitada. Era guapo, tenía su encanto. Camisa de rayitas azules y pantalón vaquero oscuro con su cinturón bien apretado.

Ohana - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora