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El fin de semana se acercaba lo que significa que por fin tendría la cita con Erin.

—Mamá, ¿me llevas de compras? —pregunto entrando en el salón viéndola tumbada en el sofá viendo la televisión.

—¿De compras? —se ríe—. ¿Desde cuando te gusta ir de compras?

—No sé —me encojo de hombros—. Me apetece renovar mi ropa.

Mi madre se pone de pie emocionada y corre a vestirse.

Nos subimos en su coche y conduce hacia el centro comercial. Nada más poner un pie dentro enhebra su brazo con el mio y caminamos por delante de las tiendas evaluando los escaparates en busca de las tiendas a las que entrar.

—Me moría de ganas de ir de compras contigo —admite observando un conjuntos de falda y jersey de algodón—. No te ofendas cariño, pero deseaba que fueras una niña con la que compartir todo.

—Puedes compartir lo que sea conmigo mamá.

Tomo su mano entre las mías y la miro desde arriba y ella se ve obligada a levantar la cabeza.

—Pero tu no compartes todo conmigo —tuerce el gesto disgustada—. Sé que hay muchas cosas que no me cuentas.

Me quedo callado porque tiene razón. Confío al máximo en mi madre pero desde que me convertí en un adolescente hay cosas que no me gusta hablar con mi madre por vergüenza y porque sé que se burlaría.

—Yo te cuento todo —que mentira mas obvia.

Ella suelta un suspiro pero sonríe:—No importa, sé que eres un adolescente y que hay cosas que no quieres contarle a tu mamá, pero estaré siempre que quieras contarme algo.

—Gracias mamá.

Fue bastante horrible ir de compras con mi madre. Ahora entendía porque no lo hacía nunca. Ella quería comprarme cosas demasiado pijas como jerseys y trajes y yo iba a los vaqueros rotos y las camisetas. Aunque no vi tan horrible la idea de comprarme un traje, así que me dejé y me compré un traje. No quería un traje normal y aburrido como el que llevan todos por eso elegí uno marrón claro con una camisa color vino. Me sentía sexy, y esperaba que Erin también lo pensara.

Por eso a la mañana siguiente me desperté con mucho animo y ganas de que llegara la noche. Me había escrito un par de mensajes ayer por la tarde con Erin, como estaba trabajando no podía hablar mucho con ella.

Mi buen humor por la mañana se esfumó en el momento en el pisé el baño y me miré en el espejo. Nunca me había importado mucho tener mala cara pero en cuanto vi ese grano rojo y abultado en mi frente quise destrozar el espejo. En que gran momento me tenía que salir esa cosa en toda la frente. Quería impresionar a Erin y con ese monstruo en mi frente lo único que conseguiría es que se ría de mi.

Salí cabreado de mi cuarto hacia la cocina. Mi madre estaba sentada en la mesa con el portátil imagino que trabajando.

—Mamá tengo un problema.

Ella alza la mirada de su portátil:—No me digas que estas pasando por ese momento del mes.

—No tiene gracia mamá —gruño y ella se ríe—. Mira lo que me ha salido.

Me acerqué a ella inclinándome y apartando el pelo para que pudiera ver con claridad el enorme grano en mi frente.

—Ay, cariño, solo es un granito.

—¿Solo un granito? —me quejé—. Se puede ver desde la estación espacial.

Quizá estaba exagerando un poco, pero nunca había tenido un solo grano, heredé de mi dulce madre su piel libre de imperfecciones.

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