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Suena el despertador sacándome de golpe de un sueño profundo. Suaves golpes en la puerta seguidos de la voz de mi madre me hacen bufar contra la almohada.

—Aiden el desayuno ya está listo.

Aparto las sábanas y me siento en la cama. Me froto el pelo desordenandolo más de lo que ya es.

Bostezo parpadeando hasta acostumbrarme a la luz que entra por la ventana detrás de mi. Me levanto y recogió los vaqueros grises que había en una esquina y meto mi pierna caminando a la vez hacia el armario tropezando y cayendo de bruces contra el suelo.

—Cariño, ¿estas bien? —pregunta mi madre preocupada.

—Estoy bien mamá —farfullo desde el suelo.

Me levanto subiéndome los pantalones y rebusco en el montón de ropa dentro del armario una camiseta limpia. Huelo la primera que encuentro una blanca y me la pongo y por encima una camisa de franela de cuadros rojos. Busco unos calcetines limpio y debajo de la cama mis botas negras dejándolas medio atadas. Engancho mis cadenas en el pantalón y cojo la mochila medio vacía tirada bajo mi escritorio.

Salgo de mi cuarto cerrando detrás de mi y camino por el largo pasillo hacia la cocina.

Mi madre como cada mañana está apoyada en la encimera de la cocina con su camisón y su cata rosa de seda y una taza de humeante café en las manos. Me sonríe cuando me ve llegar pero enseguida cambia la expresión cuando ve que me sirvo un taza de café. Nunca le ha gustado que tome café, sabe que luego me cuesta dormir y me paso la noche despierto jugando con el ordenador.

Victoria Danner es una mujer de treinta y cinco años, muy hermosa e inteligente. Es bajita y muy delgada, tiene la piel rosada, el pelo rubio ceniza por debajo de los hombros y sus ojos verde esmeralda. Es muy atractiva y aparenta ser muy joven para la edad que tiene, muchos hombre harían lo que sea por estar con ella, menos uno.

Mi padre. No sé ni cual es su nombre. Mi progenitor dejó a mi madre y desapareció del mapa en cuanto se enteró que mi madre se había quedado embarazada, solo tenía dos meses cuando la dejó sola a cargo de un bebé que venía en camino.

Admiro mucho a mi madre por todo lo que hizo por mí y como a pesar de haberse quedado embarazada sin planearlo con solo diecinueve años en su primer año de carrera fue capaz de terminar la universidad y cuidarme a mi. Aunque no puedo olvidar mencionar que si no hubiera sido por la ayuda de mi abuela mi madre seguramente no habría podido con todo. Los abuelos son los mejores que podría haber pedido. Jamás dejaron a mamá sola y la ayudaron con todo lo que ella necesitaba hasta que pudo valerse por si misma.

Mi madre terminó sus estudios de arquitectura y ahora es una de las mejores y más solicitadas diseñadoras. Aunque a veces sus viajes de trabajo son largos y paso algunas semanas sin verla me alegra que no haya renunciado a su sueño por mi culpa. Y a pesar de ser una mujer tan maravillosa después de diecisiete años sigue estando sola. Por mucho que le cueste admitirlo sé que todavía piensa en mí padre y eso en parte es por mi culpa. Por mucho que me esconda las fotos he visto alguna escondida en las cajas del trastero.

Me gusta decir que me parezco más a mi madre pero la genética se ha encargado de hacerme igualito que mi padre. El mismo tono de azul en los ojos, el mismo pelo rubio desaliñado, el mentón afilado, piel blanca, altura considerable y lo que más odio y algo que mi madre tampoco soporta, las pecas sobre la nariz.

Echo varias cucharadas de azúcar en la taza y mi madre me mira con mala cara pero no dice nada. Dejo que el amargo líquido resbalar por mi garganta hasta mi estómago y dejo la taza vacía en el lavavajillas.

Me acerco y tengo que agacharme un poco para dejar un beso en la mejilla de mi madre antes de salir de la cocina y cruzar el largo pasillo hasta llegar a la salida.

Atracción ✔️Where stories live. Discover now