Parte 21 - La Voz

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El teléfono del departamento en Santiago de Chile sonó estridente pero musical. Clint Barton sudó en frío, sintió la palma de la mano húmeda al levantar el tubo del aparato.

—soy yo—era ella, Natasha. Sintió alivio y vergüenza. Estaba viva, pero no gracias a él.

—donde estás?—

—cerca, no podemos ir al departamento. Ve a la estatua de San Martín frente al Palacio de la Moneda— ella cortó la llamada y lo único que escuchó después de eso fue un pee pee pee que se oía lejano ya que, en los oídos de Barton, seguía presente su voz hablando en plural: "no podemos ir".

Revisó las municiones, se cargó dos pistolas en el estuche debajo del el saco y salió. Hacía demasiado calor pero necesitaba una prenda por sobre la camisa para cubrir las armas, además, se trataba de un traje nuevo y él sabía que le quedaba bien. Deseaba volver ver a Natasha luciendo lo mejor posible, se sentía como un imbécil por ello pero no podía evitarlo.

En la calle había una electricidad especial, en el avión escuchó comentarios sobre un partido de fútbol, aunque él lo llamaba Soccer, sabía que en Latinoamérica y en Europa era un deporte mucho más relevante de lo que baseball o fútbol americano eran en Norteamérica.

Vió en los títulos del noticiero en una pantalla en el aeropuerto, que se disputaba la Copa Libertadores de America. Era una de las copas más importantes del mundo y en ese día se jugaba un clásico: Chile - Argentina.

Caminó por las calles cerca del centro, habían hinchas con la cara pintada de rojo y golpeaban bombos mientras cantaban a los gritos, tonadas de aliento para el Club Deportivo Universidad de Chile.

A lo lejos, en el centro de la ciudad, reventaban en el cielo bombas de estruendo. Papeles picados rojos volaban desde los balcones de los edificios, y a través de la Luz del sol se veían como una lluvia de fuego descendiendo sobre el asfalto.

Los bombos y los fuegos artificiales le ponían los pelos de punta. Estaba demasiado alerta, y después de lo sucedido con Melina Vostokovna, se sentía un tanto vulnerable. Para Barton, esa mujer lo había humillado como no logró hacerlo nadie en su vida.

Al llegar a la Moneda, entendió porque lo había citado allí. Una marca de cerveza en colaboración con otras firmas, auspiciaban un evento justo frente a la estatua de San Martín.

Transmitirían el partido en vivo y en directo por una pantalla gigante y la avenida era una marea roja con cada centímetro cuadrado de asfalto cubierto por un hincha de fútbol, vibrando con la anticipación del evento.

Barton se dirigió hacia la estatua que le habían indicado.

Se paró allí, sintiéndose totalmente fuera de lugar con su traje azul marino y lentes de sol Ray Ban, que parecía ser el único accesorio de su atuendo mínimamente acorde a los 35 grados centígrados de sensación térmica local.

Con la pintura en el rostro, las personas parecían todas iguales, él estaba alerta. Con una mano en posición como un pistolero del viejo oeste preparándose para disparar a la menor a amenaza.

El partido estaba por comenzar. Las personas a su alrededor se posicionaron en dirección a la pantalla gigante y con una mano en el corazón comenzaron a entonar el himno nacional chileno, tal como los eventos deportivos oficiales lo demandaban.

Barton se colocó la mano en el pecho para no desentonar tanto con el entorno.

—tu si que sabes como pasar desapercibido— la voz irónica estaba a su izquierda, volteo y Melina Vostokovna, casi irreconocible con la cara pintada de rojo, estaba parada a su lado.

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