EPÍLOGO

1.9K 224 85
                                    

Abro los ojos. Al principio, la luz me ciega y mi visión es borrosa. Aprieto los párpados y vuelvo a intentarlo, pero sigo sin ver nada. Al final, mi vista comienza a adaptarse lentamente a la luz. Miro a mi alrededor, mareado y confuso. Estoy postrado en una cama con ásperas sábanas blancas que me cubren hasta las axilas. Ya entiendo, es la habitación de un hospital. Lo último que recuerdo es que estaba escalando con unos amigos y después me desperté aquí. Tengo un dolor horrible. Una doctora me cuenta que pasé dos meses en coma porque sufrí un accidente. Dice que es normal que me cueste hablar y que pronto recuperaré el control de mi cuerpo. Después, puedo ver a mi madre y a Rafa. También me visita Laura. Es extraño, pero ya no estoy furioso con ella por lo que me hizo. Creo que lo he superado.

*****

Pasé dos meses y medio con la fisioterapia y la rehabilitación,antes de poder volver a mi casa y hacer una vida normal. Por suerte, no he perdido las prácticas en Ortiz y asociados. Hoy es mi primer día. Estoy tomando un café y ojeando el periódico en la cafetería del primer piso antes de que llegue mi hora de entrar. Un par de noticias llaman mi atención porque están directamente relacionados con el bufete: «La familia DelValle celebra una ceremonia privada para honrar la memoria de su primogénita, Verónica DelValle, con motivo del segundo aniversario de su fallecimiento. Hace dos años la noticia del descubrimiento, por parte de un joven policía, de que su muerte había sido un asesinato y no un suicidio como se pensó al principio estremeció a todo el país. En la actualidad, las culpables continúan cumpliendo condena por su atroz crimen. Fuentes cercanas a la familia nos confirman que el estado de salud del patriarca, Roberto DelValle, es cada vez más delicado» y «La conocida abogada Sandra Castro aparece muerta en su domicilio debido a un fallo cardiaco que sufrió durante la noche mientras ésta dormía».

Después, entro en el bufete y saludo a la recepcionista, una señora mayor que me mira como si yo fuese algo comestible. Es un poco extraño, pero tengo la inexplicable sensación de que esto ya lo he vivido antes, como un déjà vu, aunque es la primera vez que piso este lugar.

—Buenos días, soy Fabián González, el nuevo becario. Creo que el señor Ortiz me está esperando —le digo. Ella asiente sin perder esa lujuriosa sonrisilla suya y descuelga el teléfono para anunciar mi llegada.

—El señor Ortiz está ocupado ahora mismo, pero te atenderá uno de sus socios: Diego Velázquez —me explica. Después, me da una serie de indicaciones para llegar a su despacho. La verdad es que me alegro mucho de que sea él quien me reciba porque ya lo conozco del restaurante y sé que es un hombre muy agradable. Llamo a su puerta.

—Adelante. —Lo escucho decir—. Pasa, Fabián. Me enteré de lo de tu accidente. Me alegro mucho de verte recuperado y que no hayas perdido las prácticas.

—Gracias, Diego. La verdad es que estoy muy contento de poder incorporarme al bufete por fin. —Se levanta de su silla y me tiende la mano con una sonrisa.

Se la estrecho y cuando nos tocamos algo extraño e inesperado sucede. Es como un hormigueo o una tenue descarga eléctrica que nace en la palma, recorre el brazo y por último se extiende por todo el cuerpo. Al mismo tiempo, Diego abre mucho los ojos y se me queda mirando boquiabierto, con una evidente expresión de estupor. A juzgar por su cara, no soy el único que lo está sintiendo. Nos quedamos congelados por la sorpresa, mirándonos fijamente el uno al otro, con las manos entrelazadas.

—¿Has sentido eso? —me pregunta Diego, atónito.

—Sí —murmuro, boquiabierto.

—¿Sabes qué es? —Niego con la cabeza, mientras noto como el cosquilleo se va transformando en un calor extrañamente reconfortante que deja una agradable sensación de calma a su paso. Al mismo tiempo, otro tipo de calor muy diferente me provoca una repentina erección. ¡Esto es muy extraño! Jamás me había pasado algo así con otro hombre.

—Dime que tú también sientes esa... paz, que no son imaginaciones mías —me suplica. Vuelvo a asentir y él traga saliva, claramente asustado, pero aun así continua sin soltarme—. ¿Qué me estás haciendo?

—Iba a preguntarte lo mismo —respondo.

De pronto, estamos muy cerca el uno del otro. Sus ojos asustados clavados en los míos. La electricidad no deja de fluir entre nosotros. Esto no está bien, debería apartarlo e irme, nunca me han gustado los hombres hasta ahora, pero me temo que mi fuerza de voluntad se fue a hacer gárgaras en cuanto noté su aliento en la cara. Su boca está muy cerca de la mía y me muero por besarlo. Diego se muerde el labio nerviosamente. Ese pequeño gesto suyo me parece tan provocativo que termina por socavar mi ya escaso autocontrol y me lanzo sobre su boca.

—¡Dios, Fabián! Voy a cumplir treintaiocho años y es la primera vez que me sucede algo así —gimotea Diego contra mis labios—. ¿Qué me haces?

—No, Diego... ¿Qué me haces tú a mí? —acierto a decir mientras giro sobre mí mismo y lo empujo contra el escritorio, pegándome más a él, devorando posesivamente su boca y frotando mi incipiente erección contra la suya.

—¿Podemos vernos fuera del bufete?

—De acuerdo —accedo tras unos breves instantes de duda—. Acompáñame a mi casa al salir de aquí y hablaremos de esto. Vivo con un amigo, pero Rafa casi nunca está porque se pasa la mayor parte del tiempo en el piso de su novia. —Él asiente y me sonríe. ¡Y esa sonrisa me vuelve loco!

No entiendo absolutamente nada de lo que acaba de pasar en este despacho, pero de pronto una indescriptible sensación de felicidad me embriaga. Me siento como si hubiese recuperado una parte muy importante de mí que ni yo mismo sabía que me faltaba. Ahora ya no creo que pueda dejarlo ir. Nunca. Jamás.

Asuntos pendientes (completa)Where stories live. Discover now