CAPÍTULO 10

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Esto no puede estar pasando de verdad. Tiene que tratarse de un sueño, o una alucinación, o una fantasía, o un espejismo. Es imposible que el hombre con el que coincidí en la Facultad de Derecho hace tantos años y del que me enamoré perdidamente a los cinco minutos de conocerlo sea el mismo que ahora está en este coche, medio recostado sobre un chico de veinticuatro años y un metro ochenta de estatura, tocándolo y besándolo como si su vida dependiera de ello. Sí, ya sé que el chico soy yo, ese no es el punto. La cuestión es que estuvimos casi quince años juntos antes de que yo muriese y nunca me di cuenta de que él tuviese este tipo de... inclinaciones. ¿Es normal que esté celoso de mí mismo?

—Tengo que irme —repito por centésima vez desde que hemos llegado con idénticos resultados a las primeras noventainueve, puesto que él continua ignorándome y aferrándose a mi boca como si la necesitase para vivir—. ¡Diego, hablo en serio! —Lo empujo por los hombros para poner un poco de distancia entre nosotros.

—Todavía no has respondido a mi pregunta. ¿Cuándo podemos volver a vernos fuera del bufete? —me pregunta con voz entrecortada mientras su mano izquierda inicia un peligroso descenso por mi torso, y La Cosa se agita y babea en un vil intento de llamar su atención.

Rectifico lo dicho, esto sí que está pasando de verdad, pero no debería. Es un grave error por mi parte y tengo que ponerle fin ahora mismo. ¿En qué mierda estaba pensando cuando lo besé? Me quedan tres meses y medio en la tierra y después volveré a morir, rompiéndole el corazón por segunda vez. Sólo estoy aquí para resolver mis asuntos pendientes y ganarme mi entrada al cielo. ¡No para experimentar el sexo homosexual con mi antiguo prometido!

—¿Lo hablamos mañana? —Es todo lo que consigo decir. Él asiente y vuelve a meterme la lengua hasta la campanilla antes de sacarse de encima—. Buenas noches, Diego.

Corro hacia mi portal mientras La Cosa expresa su profunda disconformidad con mi decisión en forma de un molesto dolor de testículos. «Lo siento, maja, pero vas a tener que conformarte con la mano. ¡Nada de culos heteros para ti!», le comunico mentalmente al tiempo que entro en el edificio.

No hace falta ser un genio para saber que esta noche no voy a pegar ojo. Tan sólo cuento con diez horas para hallar la forma de resolver y zanjar este asunto de la manera más diplomática posible, pero antes tengo algo mucho más urgente de lo que ocuparme. Cruzo el piso en cuatro zancadas, ignorando a Gordi que me observa extrañado desde su estimado sofá, me encierro en mi habitación y camino hacia la cama al tiempo que me desabrocho la bragueta para no perder ningún tiempo.

Me bajo el pantalón, arrastrando con él la ropa interior, lo tiro todo al suelo, y me dejo caer de espaldas sobre la colcha para tomar La Cosa en mi mano, que palpita húmeda y caliente entre mis dedos. Cierro los ojos y la imagen de su cara se adueña de todos los recovecos de mi consciencia. Está desnudo bajo el peso de mi cuerpo, mirándome fijamente, mordiéndose el labio y aferrándose desesperadamente a mi espalda, mientras yo me empujo en su interior. "¿Qué me estás haciendo?", jadea en mi oído.

—No, Diego... ¿Qué me estás haciendo tú a mí?

*****

Como cada mañana, estoy corriendo con Gordi, pero hoy me siento especialmente frustrado y no sólo sexualmente. Me he pasado toda la noche en vela, tratando de encontrarle una salida a mi problemática situación y sólo se me ha ocurrido mudarme de continente porque... ¿Cómo voy a mantener las distancias con Diego si ni siquiera soy capaz de controlar mis propias fantasías erótico-depravadas?

—¡Espérame, Fabián! —me implora Gordi, jadeante, y yo me detengo. Creo que estaba tan concentrado en mis mierdas que me olvidé por completo de él y aceleré demasiado el ritmo. ¡Pobre Gordi!—. ¡Jesús! ¿Qué te pasa hoy? —me pregunta, esforzándose por introducir aire en sus pulmones poco acostumbrados al ejercicio.

Asuntos pendientes (completa)Where stories live. Discover now