CAPÍTULO 25

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No entiendo cómo narices han podido grabarnos desde tan cerca sin que nos diésemos cuenta y, menos aún, cómo han logrado colarse en el correo interno de bufete porque la única manera que hay de acceder a él es desde uno de los ordenadores de esta oficina. Sólo un grupo muy reducido de personas saben... sabían lo nuestro: Gordi, Blanca y ese policía pesado, Ernesto Nosequé, al que no nos quedó más remedio que decirle que habíamos dormido juntos para que dejase a Diego tranquilo. Evidentemente, no puedo sospechar de los dos primeros, así que sólo me queda Ernesto.

Supongo que no resulta del todo descabellado pensar que, al salir de la comisaria, nos siguió hasta la casa de Diego, y como pasamos bastante rato hablando dentro del coche, tuvo tiempo a acercarse a nosotros sin que lo viésemos y conseguir ese video para usarlo en nuestra contra. Como últimamente me he convertido en la sombra de Diego, quizá pretendía separarnos para dejarlo en una posición vulnerable... ¡Pues va listo! Lo único que no alcanzo a comprender es cómo cojones ha podido colarse en el bufete sin ser visto porque... ¿Si no ha sido él, quién más tendría algún motivo para hacer esto?

Ojalá Diego me hablase, pero desde que nos tropezamos en su puerta y Julián Ortiz nos llamó a su despacho, no ha abierto la boca. Estamos los dos sentados frente a su mesa, en el más riguroso de los silencios, mientras Julián atiende una llamada tras otra porque, al parecer, los trabajadores del bufete no son los únicos que han recibido el video, también los clientes que Diego representa tienen su correspondiente copia. ¡Esto es un jodido desastre!

—Disculpad la espera —nos dice, muy serio, tras despedir al último cliente descontento y dejar el teléfono descolgado para evitar más interrupciones molestas—. Antes de nada, quiero que sepáis que pienso llegar al fondo de este asunto y descubrir quién ha filtrado eso a través del correo interno porque va a estar de patitas en la calle más rápido de lo que se tarda en darle a "enviar".

—Gracias —mascullo en vista de que Diego continúa con su mutismo.

—No me las des todavía —me advierte con una mirada severa—. No tengo nada en contra de... lo vuestro. Alguna vez en la vida todos hemos hecho cosas de las que no nos sentimos demasiado orgullosos. Lo que pase en la privacidad de vuestros dormitorios por las noches no me preocupa, ni quiero saberlo. Lo que me parece imperdonable es que lo hagáis en un sitio público, donde cualquiera puede veros y grabaros, porque estáis poniendo en peligro la reputación y el prestigio de este bufete, y eso sí que no lo puedo permitir.

—Sólo era un simple beso, no estábamos haciendo nada indecente ni... —trato de explicarle, pero antes de que pueda terminar la frase, Julián levanta la mano para que me calle y luego continua hablando.

—Como ya he dicho, no me importa ni quiero que me lo contéis —me recrimina, molesto—. En treinta minutos, he recibido cinco llamadas de clientes furiosos, amenazando con cambiar de bufete si no les asigno a otro abogado. ¿Qué se supone que debo hacer yo ahora?

—Pero Diego es un buen abogado.

—Lo sé, pero los clientes no lo quieren cerca porque ese video los incomoda y hasta cierto punto yo puedo entender su postura —me responde. ¿Son imaginaciones mías o este tipo es un pelín homofóbico?—. No obstante, no quiero prescindir de un buen profesional como tú —le dice a Diego—. Veré si podemos asignarte a los clientes menos... exigentes.

—A ver si me he enterado bien, Julián... ¿Me estás diciendo en serio que una pandilla de ladrones y estafadores no quiere que yo los represente en los juzgados porque salgo besando a otro hombre en un video? —pregunta Diego, atónito, tras despertar repentinamente de su trance.

—Lo lamento mucho, de verdad, pero es así. Incluso hubo un par de clientes que me dejaron caer sus sospechas de que se trataba de un..."profesional del sexo" porque es... bueno... un chico muy joven.

Asuntos pendientes (completa)Where stories live. Discover now