CAPÍTULO 1

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ADVERTENCIA: Esta novela es muy antigua y solo es un borrador. Es decir, todavía no la he revisado a fondo ni ha pasado por las manos de una correctora profesional, por lo que puede contener algunos errores de estructura, gramaticales e incluso ortográficos. Más adelante quizá me anime a rescribirla y corregirla.

No hay luz brillante al final del túnel, los flashbacks de toda mi vida no pasan por mi cabeza en segundos y tampoco veo a nadie con capa negra y guadaña para confirmarme que ha llegado mi hora. Estoy cenando con Sandra, mi mejor amiga, en el restaurante más exclusivo de la ciudad, parpadeo un instante y cuando vuelvo a mirar me encuentro en otro lugar completamente distinto. Ahora estoy sentada en una abarrotada sala de espera que me recuerda ligeramente a las oficinas del INEM. Miro a mi alrededor desconcertada, no tengo ni idea de cómo he llegado hasta aquí.

—¿Dónde estamos? —le pregunto a la octogenaria sentada a mi lado.

—En el purgatorio, querida —responde—. ¿Qué número tienes?

—¿Número?

—Mira el papel en tu mano.

—El quinientos diecisiete...

—Aún tendrás que esperar bastante. Van por el trescientos cinco.

Después de una soporífera e interminable hora en la que la anciana no ha parado de quejarse de que todavía es demasiado joven para morir, por fin sale mi número. Así que agarro mi bolso fantasmal y echo a correr hacia el mostrador, donde me espera un sujeto con más aspecto de funcionario estresado que de ángel. Espera un momento, ¿he usado estresado y funcionario en la misma frase? Vale, olvida eso. Asalariado estresado suena más realista. Como iba diciendo, el asalariado estresado me dedica una apática mirada y consulta su lista, un rollo de papel tan largo que se extiende varios metros por el suelo. Me encuentro seriamente tentada a preguntarle si en el cielo no han oído hablar de las nuevas tecnologías. ¿Quién usa pergaminos hoy en día?

—¿Verónica DelValle? —me pregunta con un tono de voz hastiado y monótono. ¡Lo que me faltaba! Soy yo la que ha muerto injustamente, a los treintaicinco años de edad y cuando estaba en el culmen de mi carrera, y él se siente descontento con su trabajo. ¡Cretino!

—La misma —respondo molesta, dedicándole una fulminante mirada a la que me gusta llamar "¡Como no seas más amable conmigo, voy a colgarte por los huevos, estúpido!", pero el tipo ni se inmuta.

—Le comunico que ha fallecido usted recientemente.

—¡No me diga! ¿Y me puede decir cómo es que sucedió eso exactamente?

—Aquí pone que la asesinaron.

—¿¡Qué!?

—Le doy mis condolencias, señorita DelValle. Ahora si no le importa, rellene estos impresos y preséntese en la oficina de Ingresos al Infierno. Es la sexta puerta a la izquierda. ¡Siguiente!

—¡Espere un momento! Eso es imposible, yo no puedo ir al infierno —protesto, negándome a ceder mi sitio a la señora octogenaria, que ya se ha pegado a mi espalda como una lapa y refunfuña algo sobre la falta de obediencia y las jovencitas de hoy en día—. Tiene que tratarse de un error.

—Me temo que no. —Le dedica una irritante sonrisilla cómplice a la anciana y luego me fulmina a mí con la mirada—. Es usted abogada, ¿verdad?

—Sí. ¿Y eso qué tiene que ver con que yo vaya al infierno?

—¡Pues todo! Aunque le resulte difícil de creer, señorita DelValle, el infierno está lleno de abogados, políticos y banqueros. —¡Será cretino!

Asuntos pendientes (completa)Where stories live. Discover now