CAPÍTULO 3

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Tras casi dos meses de recuperación, por fin me dan el alta y puedo volver al piso de estudiantes que comparto con Gordi. Nada más entrar, un pestilente hedor me patea las fosas nasales y me fuerzo a respirar por la boca para no morir intoxicado (quiero decir intoxicada). Este lugar tiene un parecido muy inquietante con el escenario de una película de género postapocalíptico. Absolutamente todos los muebles y una buena parte del suelo están cubiertos por todo tipo de trastos, desde revistas guarras a botellas de refrescos o envoltorios vacíos. El sofá se ha convertido en la nueva cesta de la ropa sucia. El parquet no ha conocido a una fregona en su vida y los cristales de esas ventanas han pasado de transparentes a traslucidos por culpa de una capa de roña de cinco centímetros de espesor. Ni siquiera me atrevo a entrar al baño porque a juzgar por el pestazo que se cuela por debajo de la puerta, Gordi tampoco sabe apuntar bien.

—Está un poco desordenado... —me dice al notar mi expresión de estupor.

¡Menudo eufemismo! Decir que este antro está "un poco desordenado" es como afirmar que la bomba atómica es "ligeramente peligrosa". Lo raro es que todavía no se hayan presentado aquí los de control de plagas porque este cubil debe tener hasta un ecosistema propio: ratas, cucarachas, arañas... y al cerdo de Gordi.

—Oye, Gor... Rafa, no me acuerdo de dónde guardamos los utensilios de limpieza. Es por la amnesia, ya sabes... ¿Me dices dónde están? —le pido, haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad para sonar cordial cuando lo que realmente me apetece es restregarle la cara por la mierda y gritarle aquello de "¡Eso no se hace!".

—¡Claro, ven! —responde él, tras una breve mirada de desconcierto, como si no lograse entender para qué los quiero.

Cuando me enseña los utensilios de limpieza, paso de estar muy asqueado (asqueada) a directamente querer tirarme por la ventana. Los pelos de la escoba, originariamente amarillos, se han teñido de negro mugre. La fregona huele como si tuviese un cadáver escondido entre los flecos. El cubo está recubierto de una extraña capa verde y juraría que acaba de moverse. No tiene ni una mísera bayeta, ni lejía, ni guantes de goma, ni productos especiales para el parquet, ni para los muebles, ni siquiera para el baño. Sólo un friegasuelos con olor a pino que, según me explica, ha convertido en multiusos. Aunque, irónicamente, tampoco parece que lo use mucho. Sin mediar palabra, salgo corriendo del apartamento, y un buen rato después, vuelvo cargado (¡Mierda, cargada!) con una escoba, una fregona y un cubo nuevos. Además de tres garrafas de lejía, sacos de basura, dos pares de guantes de goma y varios productos de limpieza específicos. En mi anterior vida, no habría sido capaz de cargar con semejante peso, pero ahora tengo unos musculosos y fuertes brazos masculinos y apenas me supone un esfuerzo.

—¡Hay que limpiar este cuchitril! —le gruño a mi compañero.

Gordi está horripilado. Se me queda mirando con la boca abierta y los ojos como platos, incapaz de articular palabra. Traga duro y casi puedo ver las gotas de sudor surcando sus rollizos mofletes cuando asiente. Cinco horas después, dos garrafas y medio de lejía para el baño e innumerables viajes al contenedor de basura, este lugar ya vuelve a ser habitable. Aunque no es de lejos tan cómodo y lujoso como lo era mi antiguo piso, pero tendrá que valer.

Mientras me doy una ducha, el pobre Gordi se derrumba exhausto sobre el sofá (por el sobresfuerzo) y no vuelve a moverse. Me temo que necesitamos mantener una seria conversación sobre el uso de las zonas comunes y la importancia de no acostarse sucio y sudoroso en el sofá. Pero esta noche no, estoy tan agotado (perdón, agotada) que solamente quiero dormir y olvidarme de que mi vida se ha convertido en una hilarante pesadilla.

—Oye, Fabián —me llama Gordi desde el sofá con una vocecilla somnolienta—, no te enfades conmigo por haber descuidado tanto el apartamento. Es que estaba tan deprimido por lo de tu accidente que... ¡Joder, tío, no sabes lo que me alegra tenerte de vuela!

Asuntos pendientes (completa)Where stories live. Discover now