CAPÍTULO 6

1.3K 199 26
                                    

Estoy destrozado, he caminado más de cinco kilómetros con estos incómodos zapatos de vestir y bajo un sol de justicia. Solamente quiero darme una larga ducha, bajar las persianas de mi cuarto y meterme en la cama para poder llorar tranquilo y a oscuras durante lo que me queda de vida. Cuando volví a la tierra para solucionar mis asuntos pendientes, no podía imaginar que terminaría sospechando de mi prometido y de mi mejor amiga como los posibles responsables de mi muerte. Aún no puedo (ni quiero) creerlo, pero todos los indicios apuntan en su dirección. ¡Ojalá me esté equivocando y sólo sea un gigantesco malentendido!

Nada más cruzar la puerta de casa, me tropiezo con el semblante serio de Carmen, quien me mira con el ceño fruncido, de esa forma en la que miran todas las madres del mundo, es como si me sermoneara con los ojos, recriminándome mi actitud sin necesidad de hablar. Esa mirada es suficiente para que me encorve y agache la cabeza, como un niño al que acaban de sorprender en plena travesura. ¿Y ahora qué? ¿Qué se supone que he hecho?

—¿Dónde estabas? —me pregunta directamente. Sus ojos insistentes me escudriñan de arriba abajo con evidente disgusto y luego arruga la nariz con desaprobaciín por mi aspecto demacrado y sudoroso—. Llevo toda la tarde esperándote.

—Fui a dar una vuelta después del trabajo.

—He hablado con Laura, ¿sabes? La pobre chica está destrozada por la manera en que la trataste —me recrimina, enfadada. Ella no es mi madre, pero la decepción que impregna cada una de sus palabras me duelen como si en realidad lo fuera—. ¿Se puede saber qué te pasa? ¡No te eduqué para que te comportases así!

—Lo siento mucho.

Entonces, me doy cuenta de que es verdad, realmente estoy arrepentido de haber herido a Laura aunque haya algo en ella que no termina de gustarme. Al principio, creí que se debía a que sus coqueteos me incomodaban por razones obvias, pero después de lo sucedido hoy con Ruth, ya no estoy tan seguro. Quizá mi aversión hacia ella no venga de mí, sino del auténtico Fabián. A medida que va pasando el tiempo, soy cada vez más consciente de que, de algún modo, este cuerpo todavía conserva muchos vestigios de su antiguo inquilino. Tal vez sucedió algo entre ellos que provocó una furia tal que ha sido capaz de sobrevivir a su muerte. ¿Por qué si no iba a odiar a una chica que ni tan siquiera conozco?

—No es a mí a quién tienes que pedirle perdón —repone Carmen, suavizando un poco su expresión.

—Hablaré con Laura, te lo prometo.

Ha sido un día muy duro y lo último que necesito ahora es discutir con mi madre, aunque no sea mi madre. Ella me observa con inquietud. No lo sabe, no puede saberlo, pero de alguna forma, ya intuye que hay algo mal en mí, que no soy el mismo niño que trajo al mundo.

—¿Qué te pasa, Fabián? —me pregunta, alarmada—. Pareces preocupado.

—Estoy bien, es sólo que... —trato de decir antes de que todas las lágrimas contenidas durante las últimas horas decidan salir a la vez.

—¿Qué? ¿Qué te sucede, cariño? —insiste mientras me estrecha entre sus brazos.

Esta pequeña y menuda mujer que no me llega más que a la altura de las axilas me abraza y soy yo el que se siente minúsculo e insignificante bajo su protector agarre, como si volviese a tener ocho años... ¡Se parece tanto al abrazo de mi verdadera madre!

—Es más difícil de lo que pensaba —gimoteo—, quiero hacer lo correcto esta vez, pero no sé cómo, y tengo miedo de volver a estropearlo todo.

—Fabián... ¿De qué me estás hablando? —inquiere, extrañada.

—Nada, es sólo que me siento perdido.

—Cariño, has pasado por algo muy duro, tienes que darte tiempo —me susurra—. A veces, las cosas parecen mucho peores de lo que son en realidad.

Asuntos pendientes (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora