Capítulo 24: Intercambio.

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Dormir me hacía sentir bien, como flotar en nubes y desearía estar así por mucho tiempo, pero al fin y al cabo mi lugar es en la realidad por lo tanto abrí los ojos. Estaba rodeada de oscuridad e hubiese creído que me quedé ciega si no fuera por una leve luz que proyectaba una lámpara de lava roja a un par de metros.
Tendí mi mano hacia ella pero era obvio que no la alcanzaría y aún así su movimiento constante parecía llamarme.

–¿Te sientes bien? –oí la voz de Carel y me volví hacia donde provino el sonido.

–Sí –afirmé con un movimiento de cabeza. Estaba segura de que se sentía aún culpable y lo que menos quería es que se sintiera así, porque sino no iba a permitirme ayudarlo una vez más –¿Podrías encender la luz?

–Claro.

Cerré los ojos un momento cuando la luz fue encendida y luego los abrí con lentitud para que mis ojos se acostumbraran al brillo. Observé a mi alrededor y con sorpresa me di cuenta de que estaba en la habitación de Carel pero esta lucía mucho más arreglada; ya no había mancha de sangre en el suelo, cristales rotos, ni muebles tirados.

Ahora que lo pienso es una habitación bastante misteriosa y con ello me refiero al hecho de que no habían muchos objetos y todo tenía un color neutro como si nunca se hubiese tomado el tiempo para personalizarla.

–Bonito lugar –dije sentándome como indio con la espalda contra la pared. Aún me sentía algo mareada.

–No tienes que mentir.

Carel permanecía parado junto al marco de la puerta, se notaba que había tomado una ducha por su cabello húmedo y el aroma encantador de su perfume que llegaba hasta mí, además del hecho de haberse cambiado la ropa; ahora vestía pantalones cargo negros con una camiseta a su talla también negra.

–Solo le falta un poco de color a las paredes, así como a ti no te vendría mal una prenda de ropa roja, azul o amarilla.

–Prefiero el negro.

Estiré mi cuello a ambos lados para descontracturarme un poco y sonreí aliviada.

–¿Vas a quedarte parado ahí como si yo fuese un animal radioactivo y peligroso?

Eso hizo que Carel sonriera y sentí como si me quitarán un peso de los hombros pues por fin lo veía un poco más tranquilo.

–El peligroso aquí soy yo.

–Pues no te tengo miedo –miré a mi alrededor y me di cuenta de que había estado durmiendo en su cama, cubierta con sus mantas haciéndo que por alguna extraña razón me sintiera avergonzada.

Carel se acercó justo cuando yo miraba sus mantas y al levantar la mirada di un leve saltito al encontrarlo frente a mí. No llegue a decir nada cuando se inclinó hacia mí, tan cerca que sentí como mi pulso se aceleró en un instante, y me quedé helada.

¿Acaso iba a morderme?

Pero lo que hizo fue diferente, corrió el cabello que tapaba mis hombros y observó la herida.

–Esta mejor –murmuró y se apartó lo suficiente para que lo pueda mirar a los ojos directamente y apreciar la belleza natural de su semblante –¿Aún duele?

Mi corazón dió un fuerte golpe y por alguna razón estúpida de mi mente recordé aquel día, cuando fui atacada y él me curo, ambos sentados en el suelo, bajo las estrellas, haciéndome sentir mi corazón acelerado como en éste precioso momento. Recuerdo la calidez de su aliento que me había puesto la piel de gallina, la cercanía de su cuerpo, el roce de sus labios sobre mi piel y la sensación cálida de su lengua sobre mi herida solo para sanar el desastre que había hecho el otro vampiro.

Decadencia. [En Curso] Where stories live. Discover now