"No voy a abandonarlo".

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Intenté tocarla, pero me cogió de las muñecas y me pegó contra la pared y no pude decirle que no. Se sentía extraño, quería tocarla, pero me encantaba sentirme en sus manos. Y volvimos a hacerlo. Sophia fue menos delicada que en la playa, y creo que incluso, lo disfruté más. Entró en mí a medida que el agua caía sobre nosotras y no dejaba de besarme. Me alzó como si no pesara nada, guiada por el deseo, por esos ojos que me decían que querían más. Su lengua hacía que me erizara y sus dedos, me mostraban a una persona experta.
  Con Sophi dentro de mí, preguntándome si podía aumentar el ritmo, comencé a hacerme adicta al sexo. Pero no con cualquiera, sino con ella. Enredé mis dedos en su cabello, y acercándome a su oído le dije que podía hacerme lo que quisiera, al ritmo que quisiera y sin pedir permiso.

Me besó con desenfreno mientras aumentaba el ritmo y no podía creer cómo había vivido tanto tiempo sin esas sensaciones.

Al terminar, tomamos prestada la ropa de Paula que estaba en el closet. En mi caso, me puse un camisón que me cubría las rodillas. Sophia, más atrevida, prefirió quedarse en ropa interior. El hambre había empezado a inquietarme. Necesitaba comida y ella parecía cumplir su palabra de sólo alimentarse de mí.

—Sabes que siempre tuve una fantasía sexual contigo y creo que hoy podemos hacerla realidad —me dijo, besándome desde atrás mientras me disponía a verificar que teníamos los ingredientes para hacer una pizza.

—Ah, ¿sí? ¿Desde cuándo tienes fantasías conmigo? —le pregunté, a medida que sacaba la harina de trigo intentando concentrarme, aunque con ella recostándose a mi cuerpo y tocándome los senos, era una tarea difícil.

—¿Recuerdas el día que me invitaste a tu casa para hacer la tarea de cálculo? —asentí con la cabeza y Sophia continuó—: Ese día mi mente pervertida se imaginaba pidiéndote ver una película y luego, ya sabes...

—No, no sé —me volteé a verla.

—En vez de ver la película, en mi fantasía bajaba mi mano por tu abdomen, haciéndote cosquillas "amistosas" ¿sabes? De esas que se dan las mejores amigas.

—No le veo lo sexual.

—Luego de tu abdomen bajaba un poco más —comenzó a hablarme en el oído y su mano fue representando todo lo que narraba—: hasta que no pudieras respirar, hasta que te costara decirme que me detuviera —apartó el borde de mi ropa interior y su sorpresa al sentirme, la motivó más—: Estarías nerviosa, preguntándote qué ocurría y fingirías ver la película, mientras yo, me ocuparía en que me pidieras hacerlo, así como hoy. 

Sus dedos iban jugando conmigo, volviéndome loca, haciéndome desesperar. Y no sé cómo, no sé de qué manera terminé sentada en la mesa de la cocina abriéndole el paso y prácticamente implorándole... que profundizara.

  Ella no parecía entender que no me iba para ningún lado. Quería más y yo quería que lo quisiera. Me abrazaba, besaba cada parte de mí y me hacía gritar su nombre y conocer que mi cuerpo no ponía límites, o al menos, no los ponía para Sophia Pierce.
Después de volver a hacerlo, se decidió a apiadarse de mi estómago y resultó que no me dejó hacer la pizza.

—Aprendí a prepararlas por ti, princesa. Sabía que en algún punto iba a necesitar saber cocinar así sea una buena pizza —me dijo y luego añadió—: Hoy no quiero que hagas nada, quiero atenderte en todo —con un beso en mi frente me dejó sentada en el mesón de la cocina y comenzó a cocinar.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora