JULIE DASH - ANDREA VS SOPHIA

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Nunca pensé que un partido de tenis pudiese ser emocionante hasta que estuve en el Abierto de Estados Unidos viendo a Sophia y a Ksenya jugar dobles contra las otras jugadoras, al tiempo que iban haciendo juegos por separado en individuales. Había una alta posibilidad de que se enfrentaran en la final si las dos ganaban todos los partidos, pero la prensa hablaba de un juego en específico de Sophia con otra chica, que al parecer jugaba excesivamente bien y la comparaban con los inicios de Ksenya. Decían que era difícil que Sophia pudiera ganarle.

En los principales canales deportivos sacaban las mejores jugadas de la temporada de la chica, además, cuando Sophi y yo estuvimos separadas, le tocó enfrentarse con ella en la semifinal de un torneo, y perdió. «¿Estás nerviosa?» le pregunté saliendo de uno de sus juegos. Íbamos montándonos al carro y un montón de periodistas la atacaron a preguntas, el 100% de esas preguntas tenían que ver con su partido con la otra jugadora. «No» respondió ella, pero por la forma en la que apretó los labios, me di cuenta de que no era cierto. No dejaba de jugar con sus manos y de sonarse los dedos, algo que solo hacía cuando tenía ansiedad.

En cada disputa estuve en el palco en los asientos que me asignaron, viéndolas a ambas y dándole mi apoyo a Sophia. Quería que ganara con todas mis fuerzas.

Sabía que ella no era de adularse a sí misma, tampoco era tan competitiva, pero era talentosa y se merecía ganar.

Cuando Ksenya jugaba con otras solía ser déspota, en realidad no me agradaba esa parte de ella. Cuando les ganaba un punto se reía en su cara, o les hacía cualquier seña de suficiencia, y cuando perdía un punto simplemente se reía de nuevo, como si nadie estuviera a su nivel. «¿Por qué no puedes jugar sin tener que humillar a las otras jugadoras?» le reclamó Sophi. «Es divertido para mí» sonrió Ksenya y los ojos le brillaron. «¿De qué sirve ganar si no puedo aplastarlas en todos los sentidos?» volvió a decir. «Aprendiste de tenis, pero nunca te enseñaron sobre espíritu deportivo» lancé hacia ella y se encogió de hombros. «Si ni humillándolas les da por vengarse, nunca podrán, todas pierden contra mí» se burló de nosotras y le echó como cinco cucharadas de azúcar a su taza de café. Ya las personas sabían cómo era ella, y supongo que por ser la campeona y la que más les daba dinero por ventas de entradas y por publicidad, o transmisiones en vivo, se lo perdonaban todo.

En cuanto a Sophia, era impresionante la cantidad de gente que le pedía fotografías o autógrafos en las pelotas. No estaba acostumbrada, pero a todos los atendía con amabilidad, incluso cuando estaba cansada. Una mujer se le lanzó encima e intentó robarle un beso, ni siquiera sé cómo logró esquivarla. Las mejillas de Sophi estaban coloradas, se había puesto rojísima. «Acabas de aplastar mi sueño de besarte», le dijo la fanática que era mucho mayor, parecía de unos cuarenta años y estaba vestida de marcas lujosas de la cabeza a los pies. Su atuendo no combinaba con ir a un partido de tenis. «Lo siento, tengo novia» respondió Sophia, pero el rubor de sus mejillas iba en aumento. La mujer volvió a acercarse y me puse en medio. ¿Qué falta de respeto era esa? «Te ha dicho que tiene novia» sí, allí estaba celándola, y los seguridad de Ksenya estaban concentrados en protegerla a ella, y nos habían dejado prácticamente solas. Menos mal que la tenista hizo contacto visual conmigo y llegó rápido a nuestro encuentro. Les juro que si las miradas mataran, la mujer me habría asesinado varias veces seguidas. Aun así, agradecí que Sophi me diera un besito frente a ella, sí sé que es infantil, pero se sintió agradable después de que la mujer me mirara de arriba abajo como a un insecto que podía aplastar.

«No puedo creer que no sepan quién es ella. Es una de las modistas más importantes de Paris. Un traje de ella cuesta mucho más cien mil dólares» exclamó Kira que ese día nos había acompañado. «No compraré más sus trajes» respondió Ksenya, que también seguía el trabajo de la mujer. «Ella ha comprado varios cuadros de Sophia» la que habló fue la asistente de ambas, y el tema quedó allí, pero esa mujer le mandó una cartera de marca a la habitación del hotel con una nota invitándola a una cita.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora