Julie Dash - Pasado

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Antes de dejarla ir

Vivir con Sophia fue más de lo que pude imaginar. Conocer de cerca su alma hizo que entendiera que había acertado. Que Dios me dio algo más grande que la lotería. Me presentó la magia, la verdadera magia que no hace trucos ni trampa.

Me presentó la sensibilidad que se destruye, el amor más pleno, y a una persona que contenía tanto por dentro, que casi siempre estaba rebozándose de sus propias emociones.

La vi reír, pintar desnuda, acostarse de madrugada captando el amanecer. La vi siendo una madre, tratando de convertirse en un hogar, aunque ella también había perdido el suyo. Estaba concentrada en ser su mejor versión, aunque de vez en cuando fumaba a escondidas, y me dio igual. Dejó el alcohol porque para alguien tan susceptible a las demás drogas, era preferible ser prudente, pero en algunas ocasiones podíamos tomarnos una o dos copas de vino. Casi siempre cuando ella así lo quería.

La vi estar en la cúspide de la felicidad hasta que volvieron sus tristezas. Hasta que desperté para irme al trabajo y la conseguí llorando, pintando desenfrenada el cuadro que según sus palabras, jamás iba a culminar.

Quise pasar, abrazarla, pero me quedé allí observando los detalles. No solo pintó ese lienzo, una de las paredes tenía manchas, ella había hecho arte, pero en lo abstracto y sin ser crítica, lo único que veía era sangre. El rojo salpicaba toda la pared, mezclándose con el negro. El lienzo no había sido suficiente. Y no sabía si las paredes se quedarían cortas, para expresar aquello que vivía en su interior.

Eso se repitió al menos una vez cada dos meses. El mismo cuadro, que luego pintaba de blanco y volvía a empezar. Empecé a odiarlo. Quise que por fin lo culminara, pero esa era su terapia. Era su forma de canalizar aquello que no quería conversar conmigo ni con nadie.

Intenté comunicarme, y conseguí barreras. Ella no sabía explicarme. Decía que solo eran sueños, que solo era eso, sangre y negro, sangre y negro. Pero que debía sacarlo de su mente, pintarlo, para que ya no volviera.

Y luego estaba esa otra parte de ella, la que pintaba universos, la que dibujaba estrellas y otras constelaciones. La que bailaba con música a todo volumen y me hacía enamorarme de su música. La que escuchaba Carry You - Ruelle feat Fleure, y cuando llegaba a casa la encontraba danzando, dando vueltas al ritmo de la tenue melodía mientras dibujaba a lápiz, haciendo de los planetas un lugar hermoso donde vivir. Creando una constelación donde cabíamos juntas, un mundo que era solo para las dos.

Y la sentía feliz mientras sus besos me arropaban. Mientras sus manos dibujaban en mi cuerpo, haciéndome viajar muy lejos de las tristezas, de los miedos al pensar que algún día simplemente ya no estaría.

Porque fui cobarde.
Porque me ganó el miedo a perderla e igual terminé sin ella.

Los viernes ella pintaba en mí, casi como una costumbre adquirida, de esas que no te pesan, sino que más bien necesitas. Como el café en la mañana y en la tarde, que lejos de cansarte, siempre quieres más. Así fueron mis viernes cuando llegaba quitándome la ropa, para que ella con sus pinturas creara en mi cuerpo, un universo para las dos.

Luego me tomaba fotos, y yo sonreía porque era afortunada, y cualquier persona que se cruzara con ella también lo sería. Su alma aún en las tormentas, podía darle calma al corazón más destrozado. Pero la mía no supo arroparla, no supo brindarle la calma que hubiese querido.

No bastaron mis besos.
No bastó mi presencia, y entendí que era más profundo. Que no dependía de mí, pero que de alguna forma, Sophia se aferraba porque fuera así. Éramos su arte y yo. Éramos nosotros tratando de sostenerla, pero no era suficiente.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora