Heridas que vuelven

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SOPHIA PIERCE - PRESENTE

Me despertó sobre las doce del mediodía. Estaba con su ropa habitual de entrenamiento y tenía la raqueta de tenis en la mano.

—Exageraron los que hablaban de la resaca —me dijo con su cara rozagante, mientras me zarandeaba con nada de suavidad—. ¿Por qué dormiste aquí y no en tu cama, conmigo? No me digas que después de lo que pasó ayer ahora te incomoda estar conmigo. —Sonrió con malicia—. Solo es sexo, niñita, además, ni siquiera lo hice contigo. Fue como ver porno, es todo —enfatizó restándole importancia, al tiempo en que se encogía de hombros.

El dolor de cabeza estaba acabando con mi cordura. Pensé que tendríamos el día libre o al menos podría dormir hasta olvidarme de ese sueño incómodo que tuve. Pero allí estábamos, ella como si nada, y yo como si todo.

—¿Aplazaste la rueda de prensa?

—¿Aplazarla? Me desperté a las ocho de la mañana, entrené como una bestia y luego me fui directo a las entrevistas. Deberías verlas, mi hermosa cara debe estar rodando por el mundo. Otro Grand Slam para mi colección —exclamó con la superioridad acostumbrada, pero mi cabeza estaba estallándome y debió notarlo.

Me tapé la cara con la almohada, su voz repercutía en mí como si gritara, aunque en realidad hablaba suavemente.

—Vale, vale, entiendo. Nada de hablar, nada de trabajo y nada de entrenamiento. Te doy el día libre con una condición, ¿quieres saber cuál?

—¡Lo que sea! —contesté sin salir debajo de la almohada.

No sé en qué momento abrió las persianas, pero el sol era tan intenso que sentía que me iba a calcinar.

—Acabo de despedir a mi masajista, intentó manosearme y no hice ningún escándalo, porque no me interesa manchar mi victoria por esa maldita basura. El punto es que acabo de jugar un partido amistoso con el campeón masculino del Grand Slam, y le gané, pero creo que me lesioné el tobillo.

Me levanté omitiendo el sol, aunque se me aguaran los ojos y tuviera que entrecerrarlos.

—¿Qué fue lo que te hizo? ¿Estás bien? Ese tipo nunca me cayó bien.

—¿Es la parte en donde me dices «te lo dije»?

—Es la parte en la que me cuentas qué te hizo y hasta dónde llegó —le respondí acercándome a ella, que parecía relajada, pero ya no me fiaba en eso, en su postura de «puedo contra todo y todos», aunque no fuera así.

—No lo permití, él asume que no hizo nada, que parte de su trabajo es «masajearme los glúteos» y la entrepierna.

—Qué hijo de...

—Cálmate, tal vez por ser como soy, pensó que estaría disponible.

—No. —La detuve cuando pensaba meterse al baño—. No es tu culpa que él haya hecho eso y tú no eres de ninguna forma.

—Sí, pero ya sabes cómo soy respecto al sexo, a veces los hombres se confunden.

—¿Y cómo eres? Es tu cuerpo y haces lo que quieras con él, pero lo que tú quieras y con quién tú quieras. No hay nada mal contigo porque elijas explorar tu libertad sexual, ¿sabes? Y esto que pasó es culpa de un pervertido, no tuya, en ningún caso, ¿lo entiendes? —le pregunté agarrando sus hombros y por un segundo no vi esa dosis extra de superioridad que siempre hay en ella.

La vi vulnerable.

Y eso me dolió.

—¿Sabías que tienes una facilidad para ver siempre lo más lindo de las personas? Ayer me viste haciendo lo que hice y hoy sucede esto, y aun así, ¿me defiendes?

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora