SUEÑOS QUE SE CUMPLEN

8K 434 855
                                    

SOPHIA PIERCE

Eran las cinco de la tarde cuando llegamos y estábamos a treinta grados bajo cero. El cielo estaba claro, pero pronto iba a anochecer. Estaba esperando llegar a un hotel lujoso como Ksenya acostumbraba. El viento se sentía fuerte, y fue ella la que me pidió bajar rápidamente la ventanilla, para que respirara el aire puro. Era mi primera vez en Canadá, la rusa había ido en reiteradas oportunidades. Me contó historias de sus vacaciones, habló de la primera vez que avistó un oso polar y las aventuras que había tenido con su madre y la hermanastra que falleció. Me gustaba escucharla hablar, que me contara lo que había vivido y que se alegrara como si estuviera viviéndolo de nuevo.

Cuando por fin llegamos todavía era de día y lo primero que divisé fueron varias cúpulas protegidas de la intemperie. El equipo de Ksenya nos pidió que no nos bajáramos hasta que estuviera todo listo. Imagino que hablaron con los dueños y enseguida, unos diez minutos después nos escoltaron hasta la cúpula que nos correspondía.

Caminamos por la nieve hasta pasar por la puerta de una cúpula de vidrio transparente, era la más grande del lugar, adentro teníamos baño, una cama, mi guitarra, la maleta, y todo lo necesario para una experiencia de lujo en medio de la nada. Desde adentro de la cúpula podíamos ver los pinos y la nieve cubriendo todo a nuestro alrededor, incluyendo la orilla de la Bahía de Hudson. Nuestra habitación era más como una mini casa. Contábamos con dos camas que estaban pegadas haciendo una y cuando Ksenya las vio enseguida me dijo: «Se pueden separar, tranquila». «Con este frío lo que querré es que duermas sobre mí», le respondí sin pensarlo y luego de decirlo me arrepentí por cómo había sonado. Ella sonrió... «ya quisieras, artista» respondió a mi comentario.

Enseguida una anfitriona de piel blanca y ojos verdes, entró a explicarnos que la cena la traerían a la habitación, pero que también contaban con una cabaña por si queríamos comer allí. Nos explicó cómo se usaba la calefacción y que no había wifi, estábamos desconectadas, pero nos dijo que teníamos cornetas integradas y se conectaban por bluetooth. Durante toda su explicación no dejó de mirarme la boca, incluso me dejó su número diciéndome que si llegaba a necesitar algo, le escribiera.

-¿Y cómo te va a escribir si no hay wifi? ¿No te dotaron de cerebro tus padres, cierto? Eso no vino en tu genética -le dijo Ksenya y me quitó el papel que acababa de entregarme.

La chica ni siquiera respondió y se dispuso a salir despidiéndose de mí. Cuando estuvimos solas, Ksenya rompió el papelito en varios pedazos y cuando la fulminé con la mirada, se excusó:

-Ni siquiera es linda. -La vi voltear los ojos.

-No tienes porqué tratar a la gente de ese modo.

-Entonces ve y consuélala. -Señaló la puerta.

-Si pudieras ser con otros como eres conmigo...

-¿Quieres que toque a otros como te toqué a ti? -me interrumpió-: Ni siquiera sé si soy buena, o es que tú eres precoz. -La vi reírse y se dirigió a la puerta-. Voy a dar una vuelta, debajo de la almohada hay algo para ti. -Sin más salió de la cúpula dejándome sola.

«Te preguntarás por qué hemos viajado y por qué estás en el medio de la nieve congelándote. Si todo sale bien llegaremos de día y leerás esta carta antes de que anochezca. Así que procederé a orientarte: Quise devolverte, al menos por un rato, al sitio donde sé que te sentirás en casa. Vas a poder ver las estrellas lejos de la ciudad, desde esta cúpula te sentirás más cerca de tu planeta. Estamos en uno de los pocos puntos más altos del mundo donde se puede ver mejor la magia del universo. Si te soy honesta, estamos en uno de los tres mejores lugares del mundo para que veas las estrellas. Si buscas debajo de la cama, tendrás mi otra sorpresa.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora