Cantándole a las estrellas

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Sophia Pierce - Presente


Sobre las ocho de la noche llegamos a la mansión que había alquilado Ksenya. El camino fue largo, de aproximadamente una hora, y en el trayecto no habían casas cercanas. Era como si hubiese escogido el lugar más inhóspito. Cuando por fin entramos le dijo a su madre dónde dormiría, cuál era el área de servicio para el equipo y dónde dormirían mis hermanos.

-Tú y yo compartiremos habitación -soltó, mientras daba instrucciones de dónde dejar su equipaje.

-Alquilaste la casa más grande de Australia, ¿y aun así quieres meterme en tu cuarto?

-Ilusa -respondió con su cara de creída, abriendo la puerta de la que sería nuestra habitación-. También se quedan Noah, Christopher y la parejita, que no recuerdo sus nombres.

-Paula y Benjamín -me apresuré en contestar-. ¿Por qué tienen que quedarse con nosotras?

-¿Por qué haces tantas preguntas? Vamos a celebrar mañana tu cumple y no pienso volver a repetírtelo.

-Insoportable.

-¿Tú? Muchísimo. -La vi desnudarse y enseguida me volteé dándole la espalda-. Fíjate que a simple vista no parecías tan pudorosa.

-No me gusta verte el culo.

-Pero las tetas sí -debatió, e incluso en la distancia podía imaginarme su media sonrisa tan insufrible como ella.

-En realidad preferiría no volverte a ver desnuda o teniendo relaciones. Ya tuve mucho de eso -murmuré, metiéndome el baño y prendiendo la ducha.

-Si tanto te molesta compartir la cama conmigo, puedes cambiar de cuarto con Noah. El comparte la habitación con Chris, seguro será más placentero verle las bolas a tu amigo que mi cuerpo de Diosa.

Ignoré sus palabras y me di una ducha con agua hirviendo en un baño que tenía las dimensiones de la casa en la que me crié. Pero... estaba tan concentrada en pelear con la rusa, que no busqué toalla, ¿no deberían estar ya incluidas en el baño? Siendo así de lujoso fue lo que supuse. Igual, tampoco había metido mi pijama.

-¡Ksenya! -grité y era lo que menos quería.

Ella me ignoró la primera vez, y la segunda.

-¡Necesito una toalla! -Me sentía como cuando le gritaba a mi mamá por papel toilet, y tardaba un siglo, pero al menos llegaba.

Ksenya solo me ignoró. Imaginé que había bajado o estaba en la habitación de su mamá. Así que como pude salí de la ducha toda mojada y abrí la puerta corriendo hacia mi maleta para intentar conseguir con qué carajos secarme.

Fue un recorrido lento y terminé resbalándome y cayendo de platanazo hacia atrás. Ella, cínica y con una toalla colgando en su cuello, comenzó a reírse mientras aplaudía, sin dejar de mirarme ni por un segundo.

-Que sepas que también preferiría no verte desnuda nunca más, que yo también ya he tenido mucho de eso. -Me volteó los ojos, arrojando la toalla hacia mí y se acurrucó en la cobija procediendo a dormir.

Ni siquiera sé cómo se durmió tan rápido, pero cuando salí del baño con mi sweater de dormir y pantalón de pijama, ella ya estaba rendida. Para alguien acostumbrado a los lujos, debió ser difícil dormir en una habitación de hospital, y siempre que despertaba ella estaba observándome, o dando órdenes a las enfermeras de que me revisaran la cabeza o de que se aseguraran de que yo no sentía dolor.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora