MÁS QUE UN SIMPLE JUEGO

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—Tengo que decirte algo importante —llamé a la Rusa, antes de iniciar el partido. 

—¿Qué? 

—¿Y si me sacrifico perdiendo para que te den una buena revolcada en la cama? 

—Vas a ganarle porque tú y yo sabemos que tampoco quieres que sus asquerosas manos me toquen, ¿verdad? —contestó con una seguridad que me erizó la piel.  

—¿Por qué estás tan segura de que puedo ganarle? No soy una profesional —le repliqué.

—¡¿Se mueven ya?! —gritó Silvia, ansiosa—. ¿O tienen un ritual de decirse cositas bonitas la una a la otra antes del partido? 

—Sí, justo ahora le estoy explicando cómo hacerte pedazos —contestó la rusa, saliendo de la cancha. 

—Eso te lo enseñaré yo en mi cama, linda —le respondió y pude verla conteniendo el vómito, sin disimular. 

Se metió los dedos en la boca, y mirándola a lo lejos, gritó: 

—Eso sí sería buen titular: «Ksenya Khorkryaeva se rinde ante Silvia por un trauma severo. Se niega a volverla a ver», ¡qué asco me das! —zanjó. 

Tal vez el sexo era distinto para Ksenya Khorkryaeva, era como ese pasatiempo loco, como esa adicción que limpiaba su mente, así como me pasaba a mí con mis dibujos y cuadros. Sabía que con mujeres era distinto, también que estaba asustada. Su adicción más grande era la victoria, como una sed que jamás se agotaba y que terminaba presionándola por encima de cualquier cosa. Ella quería ser la mejor. El tenis ocupaba su mente desde niña, pero incluso en sueños, tenía pesadillas en las que perdía, y esas eran las madrugadas donde salíamos con sus guardaespaldas a entrenar. 

   Era como una niña rebelde que nunca pudo quemar etapas. No le conocía ninguna amiga, se encerraba en sus pensamientos y tenía de juguetes a muchos hombres, y a algunos príncipes, sí, de la realeza, que querían con ella algo serio, pero no llegaba a más. En su casa vi entrar a futbolistas, cantantes y a personas reales, todos se iban con la misma despedida: «no me busques, eso me aleja, yo te llamo cuando te necesite». 

El juego empezó. Yo comencé sirviendo, y recordé las palabras de Christopher: no había otro rival, solo yo, mi mente y mis emociones. Él fue mi tutor, me agarró cuando estaba destruida y me enseñó que este deporte puede sacarte de tu mundo, llevarte a una cancha lejos de todo, donde solo importa tu cuerpo trabajando en sincronía con tus emociones. El tenis es poner a danzar a mis demonios, es bailar con ellos hasta desarmarlos, es demostrar que cualquier problema no me toca mientras esté dentro de la cancha porque dentro, el tiempo se para, los relojes que me presionan se detienen y no hay nadie. Solo yo contra mí misma.

Serví muy bien, ella corrió para alcanzar la pelota, pero no pudo. Fue un saque perfecto y la rusa gritó suavecito: ¡esa es mi chica! 

Sonreí y dominé el peloteo inicial, me moví rápido, liviana, como si el peso que tenía sobre mi espalda se fuera diluyendo entre lo positivo de mi alma.
Me sentí libre de pasado, de presente que acumula ganas de mejorar para ser suficiente. Fui dejando a un lado los silencios que parecen gritos, los besos que se convierten en nudos en la garganta, en palabras por decir, y en esa sensación de dejadez que va llenando mi espíritu. Perdí un saque y me reí, porque entendía que estaba jugando contra una de las mejores. Sentía su enojo, y las pelotas cada vez iban con más fuerza.

La vi cada vez más agresiva. Íbamos 5 a 4 a mi favor del primer set, y peleamos una pelota como si de eso se tratara respirar, como si el aire que atravesaba nuestros pulmones dependiera de la victoria. Corrí de una esquina a otra agradeciéndole a la rusa unirme a cada uno de sus entrenamientos y mantenerme en forma. Corrí y respondí una y otra vez, hasta que una pelota en mi esquina derecha estaba casi perdida, y me lancé porque nada está perdido hasta que ya lo pierdes de verdad. Logré salvar la pelota y la lancé el lateral, lejos de Silvia. Llevábamos treinta minutos en el primer set y no lo logró. No alcanzó la pelota. 

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora