«Chico tranquilo sin nada para opinar, siempre en lo mío, tal vez, soy egoísta. Pocos amigos pero mucha historia pa contar. Un reservado, loco, tímido, pero pegado».

Cantaba moviendo sus brazos y aproveché el semáforo en rojo para ponerle el cinturón. «Tan rápido y ya quieres tocarme», me dijo con picardía y volvió a cantar. «Voy a contarles contarles, contarles, que no soy nadie tan interesante. Y por si queda duda de cómo soy en serio, aprovecho el ratito para confesarle que soy un chico tan tranquilo sin nada para opinar», cantaba cada vez más alto hasta que terminó la canción.

—¡Esa es tu canción!

—Ni soy perezosa ni duermo tanto —contesté.

—Pero eres linda y tímida, y... tranquila —contestó, mientras comenzaba a sonar la otra canción.

No me aburría estando con ella. Aunque tuviera de pasatiempo favorito el molestarme. Me agradaba verla feliz, además, cantaba precioso.

Podía irradiar una energía de felicidad y no comprendía cómo la misma persona que había visto desvanecerse, era la que hacía que el resto del mundo se volviera a armar.

Llegamos al lugar en cuestión. Utilicé el control que me había dado Sergio y entramos a una casa. Me estacioné en el garaje y le abrí la puerta, ayudándola a bajar. Ni siquiera yo tenía el conocimiento ni de dónde estábamos, ni por qué.

Las paredes de la casa estaban pintadas. El jardín estaba impregnado de rosas y no pude ver demasiado. Sergio se encontró conmigo guiándome con la mano para que entrara.

Sophia no paraba de hacer preguntas, hasta que, por fin, al entrar a la casa, lo entendí todo. No sé cómo lo hicieron, pero cuando Sergio me llevó al balcón, divisé la piscina llena de niños, aproximadamente unos veinticinco. También había una cama elástica, un carro de helados, un carrito de perros calientes, y varios animadores.

Le destapé los ojos para que viera a sus hermanos. Entendiendo que Christopher había preparado una despedida que no fuera triste y lejos del ajetreo social y la inseguridad de su barrio.

—¿Lo ves? —le pregunté viendo su cara de emoción y de sorpresa—. Mi objetivo de hoy es ayudar a que tengas un día inolvidable —le dije, sin despegarme de ella y pude ver que Sophia Pierce también podía llorar de felicidad.

—Son los niños de mi comunidad —contestó, tapándose la boca y los ojos le brillaban de emoción.

Sus hermanos le gritaban desde la piscina. Le gritaban que era la mejor de todas y que bajara a bañarse. La emoción en la inocencia, las caras de felicidad, todo apuntan a que nunca se hubiesen bañado en una piscina. De nuevo me di cuenta de las carencias, y lo poco que valoramos las posibilidades que nos han sido dadas.

—¡Sus trajes de baños están en el bolso que te preparé! —me gritó Claudia desde la cocina. Sergio y ella eran parte de toda la sorpresa.

Me alegró que Christopher confiara en ellos y que fueran tan maravillosos como para hacer algo así, por una recién conocida.

Corrí con una Sophia renovada, y entramos al cuarto dispuestas a cambiarnos. Ella me abrazó dándome las gracias, peor no me merecía el crédito. Había sido Christopher.

—Julie... a ti te doy las gracias hasta porque existas. ¿No lo ves? Tu presencia ayuda a que el día sea perfecto —contestó.

—Gracias —mi timidez me pudo, así que abrí el bolso para escoger el primer traje de baño que vi, y caminé hacia el baño de la habitación queriendo alejarme de su presencia.

Porque corremos de lo que nos asusta, cuando sabemos que la respuesta es muy complicada.

Pero justo cuando iba a trancarme en el baño, ella sostuvo la puerta:

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now