Las personas no queman

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«Bueno, Venezuela... esteee... buenas tardes, primero la educación, voy por la calle del medio, prefiero pedir que robar, láncese a ayudarme, tengo a mi pure enferma, cualquier ayuda es buena, acuérdense de Cristo, cualquier ayuda es buena, este».

Entregué todo mi dinero. Compré chupetas que no me comí. Le regalé mis pulseras a dos niños que también pedían y se enamoraron de ellas. Sophia parecía divertirse observándome, mientras yo le imploraba sin palabras, que por fin nos fuéramos.

De pronto, llegaron dos ancianos pidiendo dinero para su medicina o algo de comer. Me enfurecí de haberle dado a todos, incluso a los que estaban jóvenes y sanos para trabajar. Le di a muchas personas y ahora, que necesitaba apoyar de verdad, ya no tenía nada. Me sentí decepcionada. Pero entonces, mi salvadora de emociones solucionó las tristezas de mi interior: Sophia, sacó su almuerzo, y se los dio a los abuelos. (Ese día entendí porqué era que no la veía comiendo en el instituto).

—Aprende a quién ayudar... casi nadie aprende lo importante. Así que sé cuidadosa —me dijo, antes de que la pareja de ancianitos la bendijera y ella se disculpara por no haber ido ayer.

—Ya haces demasiado por nosotros —dijo el abuelo.

—No hago demasiado por nadie —respondió Sophia y un beso de la abuelita cortó la conversación.

Al menos ellos se bajaron en la próxima estación. Yo no quise hablarles. Cuando la anciana cruzó la mirada conmigo, la esquivé. Su edad representaba algo a lo que yo le temía. Al olvido.

   Los policías entraron en la estación de Los Cortijos. Se metieron con los niños a los que les había dado dinero y mis pulseras. Eran dos varones que no tenían más de diez años. No los golpearon, pero le quitaron todo el dinero que habían recogido. Y me vi a mí enfrentándolos. ¿Con qué derecho le robaban el poco dinero que recogieron cantando? ¿Por qué en vez de ayudar a esos chiquillos los estaban ultrajando? Y la pregunta más importante: ¿de cuando acá algo externo me alteraba? ¿Por qué me estaba importando?

Uno de los policías me mandó a callar, Sophia se metió en medio. Ella por supuesto, más agresiva. Se fue de sí, terminó cogiendo a los niños que la llamaron por su nombre.
¿Por qué la llamaron por su nombre?

   Se enfrentó con otro de los policías y ya, ok, estábamos en medio de una revuelta. Intentaban botarnos del vagón, y lo que más me sorprendía es que no habían mirones insípidos. Logramos que más personas se sumaran. Que nos defendieran de la injusticia. Que empezaran a gritarles. Que pusieran alto al exceso de poder. Al poder mal utilizado. Estaba indignada. Pero las voces de los presentes lograron callar a la «aparente autoridad», hasta el punto en que a pesar de que no recuperamos el dinero de los críos, terminaron dejándonos en paz y a ellos también.

Celebraron una contienda ganada. Yo no celebraba. Eran niños pobres y los policías unos malandros, unos hampones, unos hijos de puta. Ok, otra cosa nueva, hasta ese día mi vida iba normal. El hambre del mundo, la gente sin agua, el país deteriorado, las fallas eléctricas en Venezuela que causaban que hospitales enteros sufrieran pérdidas. (Nada de eso tenía que ver conmigo). Era extranjera de mi país y de mi vida. Hasta que Sophia me despertó.

A pesar del incidente, seguimos el trayecto. Sophia sonrió y me dijo que lo había hecho bien. No tenía idea de a qué carajos se refería. Por primera vez también pensaba groserías. Mi madre estaría decepcionada. Y yo estaba decepcionada de haber vivido tan poco, hasta ese instante.

La gente se veía feliz. Algunas mujeres le gritaban al de atrás «me lo estás recostando», y a mí me causaba risa verlas golpeándolos y a ellos agazapados yéndose a otro lado. Las mujeres no se dejaban hacer. Me gustaba que fueran imponentes. Que no tuvieran miedo.

  Los niños volvieron a pedir. Sophia les dijo que tuvieran cuidado. Comenzó a regañarlos. Les dijo que no era necesario. Que buscarían la forma. El más pequeño le contestó fastidiado, cansado del sermón, pero dijo algo que se me quedaría en la cabeza por el resto del día: «Nos vemos en la casa».
   ¿What? No entendía nada. Tenía que preguntarle, pero ella había volteado a otro lado. Los dos niños se fueron. Decidí no dejarlo pasar. Le pregunté si los conocía y me dijo... «mejor pregúntate, ¿qué tanto te conoces tú

    Sophia sabía cómo evadir. Era profunda no por lo que decía sino por el aire que había detrás de su esencia. Un perfume que ni con todo el dinero del mundo se podría obtener.

—Ven —en medio de la oleada de gente, Sophia me jaló y salimos del vagón.

Por mi parte, entre el retraso del metro, las disputas y todo lo que ocurrió, ni siquiera me fijé en dónde estábamos... Hasta que ya fue muy tarde. (Drama nivel Pro).

Llegamos a Petare, específicamente por Palo Verde.

Lo que conocía de esa zona: peligro, peligro, peligro, peligro, peligro, peligro. Imagínense 50 capítulos sólo con la palabra peligro. Ya. Así pero peor.

Lo que había oido y visto en las noticias: asesinos, matones, más peligro.

—Hoy hablaremos sobre la muerte, Jul... —Podía amar que me llamara así, pero no estaba amando el tema, ni la circunstancia, ni el lugar.

—Quiero irme —le dije, a medida que la seguía por las escaleras del metro. Pediría un taxi y saldría de allí. (Qué ilusa al pensar que sería fácil escaparme de ella).

—Nos iremos cuando tengamos nuestra primera gran conversación. Sígueme. Hoy descubriremos si le tienes miedo a la muerte.

Y no sé si descubrí eso, pero descubrimos mucho esa tarde. Ella me enseñó que el café de vendedores ambulantes no sabe tan mal. Con ella lo que no me gustaba comenzaba a gustarme. Tenía terror, pero me hacía sentir segura. Me mostró que no importaba la vida del después... lo verdaderamente importante era estar lo suficientemente despiertos para disfrutar del ahora.

Sí. Esa tarde ella fue mi luz. Y con una frase sencilla me llevó a cuestionarlo todo.

—Otra lección, Jul: No hay que estar dispuestos a vivir, sino estamos dispuestos a morir cada segundo. No hay otra hora para hacerlo. La vida y la muerte viven en este mismo instante —y otro beso furtivo en mi mejilla, dio inicio a la tarde en la que me abrí a observar la vida a través de sus ojos, sin tener que perder los míos.

Nota de autor: ¿Quieren saber qué pasó en esa tarde? Estoy actualizando más rápido, deberían darme un premio. Me gustan los cuentos cortos. De una página, de diferentes temas. Regalos que no cuestan. Jajaj los quiero! Díganme qué les va pareciendo. Sus comentarios me motivan a actualizar más rápido. Por este lado, se siente bien esta historia. Se siente bien este espacio. Es todo. Nos veremos en una próxima actualización. ¡Los leo! ♥️ 👀 ¿Qué tal Sophia y July?

Ah, capítulo dedicado al señor Emmanuel. Gracias por no ser un amigo común.

 Gracias por no ser un amigo común

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El capricho de amarteWhere stories live. Discover now