Por los deseos no cumplidos

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¿Qué hacer con todos los planes que nunca se cumplieron? ¿En qué canasta echarlos? ¿Qué diario escribir si ni siquiera sé actuar, si no hago nada, si nunca quiero salir de mi cómoda imaginación?

No existen los lugares tranquilos. Ni siquiera las ilusiones, ellas no son más mi refugio. Me atrapan. Me limitan. Me llevan al letargo, al miedo, al quedarme dentro de mí porque no encuentro en qué otro lugar posible podría estar. ¿Cómo salir al mundo si nunca dejé de ser niña asustada? Tengo miedo. No miedo de saber lo que viene, sino de ver lo que se va. Tengo miedo de no saber a dónde ir. Nunca lo he sabido. Nací, pero no aprendí a moverme. Me quedé con el pensamiento, con el deseo, con la sed, y con todo lo demás atrofiado. Como alguien que nunca aprende a caminar, que nunca aprende a nadar, a abrir los ojos. ¿Puede haber un ser sencillamente averiado, incapacitado para vivir? Debe ser la lección más difícil de todas. ¿Y si alguien simplemente nunca aprende?

No he nacido. Me pregunto cuándo terminará mi gestación. Si podré salir algún día. O si, como Alejandra, solo experimentaré los dolores, "los retorcijones del útero en pánico". Tengo miedo de vivir. Tengo miedo de caerme por acantilados persiguiendo una (co)meta que se me va de las manos. Pero también tengo miedo de quedarme en los valles planos, sin viento, arrastrada por la tierra.

Lo único que me mantiene atada a este mundo es la esperanza más pequeña, más inútil, más absurda. Si no son las ilusiones, nada me sostiene al mundo. 

Soy parte del sueño, el pecado original, la tragedia por excelencia. Si por lo menos fuera una acción, no sería tan trágica. ¿Pero en dónde empiezan todas si no es por ese acto tan inocente, irremediable, tan humano, tan irreprimible? 

Fue soñar lo que nos sacó del paraíso para hacernos ver nuestra propia desnudez, lo imperfecta que era nuestra tierra, el dolor de dar a luz. La necesidad de trabajar y sudar aunque sea por sobrevivir. Antes de probar el conocimiento del bien y el mal, Eva lo había soñado. Es soñar también lo que nos devuelve por unos instantes a ese paraíso; sí, pero solo para regresar de una caída todavía más alta. El deseo, castigo del pecado de soñar, final de la tragedia.

Al volver al mundo, no reconozco mi piel. Miro a mi alrededor para encontrarlo extraño. Me gustaría el asombro de nuevo. La euforia. Esa felicidad que sentía que no me podía tragar más. O por lo menos una tristeza igual de profunda. O la ira, o el desconcierto, pero algo. Las tierras se han vuelto áridas a mis palabras. Nada me sale. Siento la sed, la garganta seca de no tener nada qué decir. Es agotador este estado. En algún punto estuve rebosante, creía que no me iba a alcanzar una sola vida para tantos proyectos. Ahora, seca, nada me llena, nada me satisface, nada me entretiene. Leo por inercia. Escribo porque me obligo a mí misma a hacerlo.  

No sé qué razones haya para seguir. Por lo menos la sed de expresar lo que ni siquiera conozco que quiero expresar.

Sábado, 25 de enero, 2019.

EsquirlasWhere stories live. Discover now