De por qué escribo: la jaula invisible

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Parte final. 

  "Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración." 

Alejandra Pizarnik.  


De hablar paso a callar, de vivir paso a leer, y de ser paso a escribir. En esto se van los que nunca fueron los mejores de la juventud.

Fue ese el primer paso que di al adentrarme en los terrenos de mi miedo. Una vez instituido, le tenía que poner un nombre por lo menos a mi silencio, a mi condena autoimpuesta. La jaula invisible. Una jaula para protegerme de las palabras. Fuera que salieran o llegaran de mí, a toda palabra le temía. Así le llamaba al silencio, hablando conmigo misma de él. ¿Pero qué condena sería esa la que me había llevado hasta allá? ¿Por qué yo misma me encerré en una jaula, para que ni siquiera yo misma pudiera salvarme? ¿Por qué me quemo por dentro y me reduzco a cenizas?  [Enero 18, 2015]

Nada más que el temor. El no saber a dónde ir, el necesitar con urgencia un lugar donde esconderme, de lo que fuera. No era más que una niña asustada buscando una guarida. En cada esquina, sin pensarlo, me encontré con el mismo miedo de siempre. Pero más grande aún, esparcido más hábilmente por toda mi mente. Lo único que quería era seguir callando, como si acaso el silencio pudiera ser protección. No lo hubiera considerado de una forma tan seria hasta que me encontré a mí misma como en el borde de un acantilado, a punto de pronunciar una palabra, una sola.

Muchas veces le expresé a mi amiga lo inútil que sería explicarlo. Y sin embargo, acá me encuentro, narrando todo desde el principio, o en desorden, no importa. Ahora no me esfuerzo en explicarlo con mi voz: que las letras hagan el trabajo. Puede sonar sencillo o no. Pero no es así cuando vives con ella. Cuando debes enfrentarla cada día. Cuando te impide hablar, y parece extender raíces a todo tu alrededor. Como maleza, fue llenando toda mi vida, lentamente. Ya no son solo voces lo que escondo; me escondo yo. Cada vez hablar es más difícil, y me encuentro a mis cuerdas vocales infestadas de musgo. Estas palabras deben estar a salvo, o perecerán junto conmigo. Me limito a escuchar, taciturna, me limito a callar, y lo único en que me puedo desahogar son letras. No es la salida segura, pero la única. Las letras brotan de mi voz ahogada, reprimida, apagada. Las letras son mi única voz. [Enero 15, 2015] Porque toda otra voz posible la había callado. Me ahogaba en silencio, me pudría dentro de mí. 

Los barrotes marcaron mi piel. Fue mi cuna, mi ropa, mi hogar. Nadie vio crecer en ella, pero mis huesos ya se habían deformado, y ni yo ni nadie nos dábamos cuenta de lo que pasaba, hasta que me chocaba con los barrotes puestos por mí misma.

***

Las palabras no quieren salir. Prefieren volver a la cabeza de quien las pensó, sellar los labios de quien las pronunció, ahogarse en el corazón de quien las sintió. Las palabras no quieren ver el mundo que se destroza a pedazos. No sienten, se preguntan por qué siquiera alguien ha pensado una criatura tan escurridiza como una palabra. [Mayo 21, 2015]

Intento hablar. No. Solo logro ser ignorada otra vez, incluso si las palabras salen. Quiero gritar, gritar muy alto y sacar todo fuera, lavar con gritos las heridas. Hasta que lo único que escuche sea mi voz. Convertir mi silencio en grito. No será un grito de felicidad, mucho menos de tristeza. Será un grito de saber que estoy viva. Será. [Marzo 7, 2015] Fallé. Ansiaba rebelarme, pero me daba miedo. Lo único que supe hacer fue esconderme, de mí misma y de ella, esconder todo lo que era.  

Creía no poder escapar. Aun cuando yo misma había puesto cada uno de los barrotes de mi jaula. Creía que me protegía, pero solo me causaba la permanente angustia de mantenerla en pie. ¿Habría alguna posibilidad de salir?

En algún momento, vislumbré al menos una rendija, una pequeña brecha entre barrotes. Me haría imposible esconderme. Ya sé que no tengo que seguirme escondiendo. Ya lo he prometido incluso. Pero no tengo fuerzas para ello. Me quedo tirada junto a la puerta de mi jaula, aunque ya esté abierta. El miedo, el que me metió acá, no me dejará salir a la vida real. Cuánto ansío hacer lo que quiera sin él, el miedo, cuánto ansío ser, y no tener que esconderme al menor roce.

"Tienes toda la razón. Debemos ser fuertes y salir de aquí de una vez. Hay refugios que dañan más de lo que protegen. Ya no cabemos acá. Tenemos las rejas enterradas en la piel, y no nos dejan salir. Pero debemos hacerlo." Ella hablaba, desesperanzada, mientras miraba hacia afuera.

"¡Sólo hazlo, de una vez!" Me gritó. La voz se le quebraba. La había encontrado a ella, en el fondo de mi encierro, la había puesto ahí, sin darme cuenta, como una compañera de silencios.

Y lo hice. Durante meses, luché cara a cara con el miedo, que tenía presas a mis palabras. Me sentía tirándome de los acantilados más profundos.

En algún punto, las rejas se convirtieron en puertas. Si un día escribí por necesidad, hoy lo hago por pasión. No he conocido una lengua donde pueda fluir mejor, una lengua más libre, más abierta, más acogedora que la escritura.

Si es mi vida, quiero ser yo quien la escriba. 

EsquirlasWhere stories live. Discover now