Del ideal al interés. 11 de octubre de 2020.

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Si algo me han enseñado estos dos últimos años es que no hay continuidad que se pueda asegurar. No hay un futuro que se pueda dar por sentado. La pandemia me sorprendió con un lapicero prestado que iba a devolver la siguiente semana, un sticker por entregar, una salida por hacer la semana siguiente que no iba a tener un par de clases, muchos amigos por ver. La espera de dos semanas se convirtió en meses, ahora años. No he vuelto a ver a la compañera a quien le iba a devolver el lapicero ni a los amigos con quienes iba a salir.

Ya no haré planes a futuro. Porque no lo hay. En cualquier momento habrá una pandemia, una crisis mundial. Y la incertidumbre que me plagó este año terminó siendo profética, como todas las dudas lo son. Ha sido el año más físicamente quieto pero más movido, espiritualmente. He vivido estos meses como si me fuera a ir de repente: guardando la ropa en cajas, donando y vendiendo cuantos libros no sean imprescindibles, pasando el tiempo con mis hermanos mientras pienso en que quién sabe hasta cuándo podamos sentarnos —como ahora hacemos— en el almuerzo a hablar de basura, discutir nuestras narrativas y hacer bromas absurdas como hacemos ahora. Es lo que tengo en estos momentos, lo que disfruto.

EsquirlasWhere stories live. Discover now