"Querida Ana, tienes razón, no soy tan idiota como para no haberme dado cuenta de que estás enamorada de mí. Ahora, a tu pregunta. Claro que te quiero, pero es complicado que estemos juntos; como tú lo dijiste, soy un pedazo de imbécil. No te merezco. Sé que puedes encontrar algo mejor. Espero que no me odies después de decirte esto, pero creo que es momento de que me olvides y continúes con tu vida.

Te quiero, pedazo de boba."

Realmente no sé cuánto tiempo tardé escribiendo esas cortas líneas, pero se asemejó a una eternidad, y cada palabra que escribía me quemaba el pecho. Quería mantenerme neutro, así como lo había decidido, tener ocultos mis sentimientos, pero era difícil cuando se trataba de Ana, y más cuando era la primera vez que escribía algo parecido a una carta y era para decirle a una chica increíble que se alejara de mí.

Leí la nota solo una vez después de que la terminé. Respiré profundo y la doblé en cuatro partes. Enseguida la guardé en el cajón del escritorio y volví a la cama, la cual no me proporcionó la comodidad de siempre, sino que se convirtió en una roca plana debajo de mi espalda, tan dura que no importó cuantas veces intenté cerrar los ojos y dormir. Y la culpabilidad se encargó de mantenerme despierto durante toda la noche, con las luces de la habitación apagadas, pero con mi mente encendida y trabajando a una velocidad horripilante, lo que me hacía sentir mareado y con mucho calor, a pesar de que la temperatura rozara los dos grados centígrados.

Había tomado mi decisión.

Quería a Ana, muchísimo, pero lo mejor sería que se alejara de mí, aunque eso implicara que nuestra amistad terminara, aquella por la que tanto temí que se acabara, pero a la que ahora le estaba diciendo adiós.

* * *

El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas abiertas de la ventana, iluminando el interior de mi habitación, volviendo el techo más blanco de lo que era, y exhibiendo las pequeñas partículas de polvo que flotaban en el aire.

Todo era tan tranquilo y silencioso, todo parecía estar bien, y eso me gustaba, aunque fuera solo por los minutos que conseguí engañar a mi mente, mintiéndole y escondiendo la catástrofe que había detrás del falso manto de parsimonia con el que me cubrí durante la rápida ausencia de David.

Lo esperé casi media hora hasta que volvió a mi hogar con las manos vacías, señal de que Ana había recibido mi nota y, que aquella vez, no había respondido.

—Está hecho —dijo, sentándose en la orilla de la cama.

—¿Qué dijo? —pregunté sin apartar la mirada del techo.

—Solo me dio las gracias.

Una hora antes David había llegado a mi casa tras una llamada telefónica, donde le pedí que me hiciera el favor de entregarle la nota a Little Darlng.

Él conocía el contenido de aquella, la había leído por petición mía, y le pregunté su opinión sobre ella, sin embargo, no quiso entrometerse y dijo que lo importante era que yo me sintiera contento con lo redactado. Estaba satisfecho como un escritor por su obra, pero decepcionado de mí mismo como ser humano por la misma razón.

—¿Crees que me odiará?

—Le romperás el corazón, Adrián.

Podía ver su rostro dibujado en el techo, imaginé el momento en el que desdobló el papel y leyó mi petición de que se olvidara de mí. Seguramente se echó a llorar, ahogada por un devastado sentimentalismo, y todo por mi culpa, porque no conseguí enamorarme de ella como cualquiera hubiese hecho.

—Sí, tienes razón. —Mi voz sonaba apagada, ausente.

—¿Estás seguro de que hiciste lo correcto? —preguntó con calma, cuidando el tenor de su voz.

Para la chica que siempre me amóUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum