Capítulo 37

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La visita de Tania me ayudó a abrir los ojos a la realidad en muchos ámbitos de la vida, especialmente en lo respectivo a mi situación amorosa, concluyendo que:

1. No estaba listo para una nueva relación, y

2. No quería una nueva relación.

Así de simple.

Así de fácil.

Sólo quería divertirme, disfrutar de mis últimos meses en la ciudad con mis amigos, antes de que las responsabilidades universitarias nos separaran, llevándonos a cientos de kilómetros de distancia.

Lo había meditado durante horas en la silenciosa oscuridad de mi habitación, girando insistentemente sobre mi cama, abrazando y soltando la almohada una y otra vez hasta que me cansé de hacerlo. Había sido una decisión difícil, pero por fin sabía qué era lo mejor para mí.

No pretendía volver a involucrar mis sentimientos dentro de un largo tiempo, aunque eso implicara abandonar la idea de algún día estar con Ana. Tras una larga reflexión, supe que lo nuestro no era factible, pues a pesar de la fuerte atracción que teníamos, y lo bien que nos llevábamos, no era suficiente para tomar el riesgo.

¿Ana valía la pena?

¡Claro!

Pero yo no era su chico ideal, y no estaba ni cerca de serlo. Ella merecía mucho más, merecía a alguien que la amara con intensidad, sin dudas ni excusas, y yo no estaba listo para entregarme a un nuevo amorío.

Lo único que podía ofrecerle era continuar con nuestro divertido y apasionado juego, sin compromisos ni etiquetas que nos ataran. Ya que eso era lo único que me interesaba en ese momento.

La pelirroja me atraía mucho, no podía ni iba a negarlo. Su encanto me volvía loco, haciéndome pensar en ella en cada momento libre de mi día. Con cada beso deseaba más su cuerpo, esperando conocer qué ocultaba detrás de esa faceta de niña buena. Simplemente me encantaba, y ese era un gran problema, con el cual me estaba costando lidiar.

Ana me gustaba, me parecía una chica hermosa, pero la dolorosa verdad era que estaba confundiendo mi cariño por ella como algo más.

La quería, pero sólo como a una amiga.

Si bien era cierto que habíamos compartido increíbles momentos juntos en las últimas semanas, eso también me ayudó a comprender que nuestra amistad valía más que un romance de solo unos cuantos meses, el cual probablemente terminaría como un fracaso cuando me marchase a la universidad el próximo julio.

Aunque mi temor era que tal vez Ana no querría conformarse con una relación meramente de amigos con ciertos beneficios, pues sabía que ella en verdad estaba enamorada de mí. Aún no lo había admitido de forma abierta, pero sus acciones lo confirmaban: la manera en la que me veía cuando creía que no me daba cuenta, los suspiros que escapaban de su boca tras un beso, el tiempo que permanecía abrazada a mi cuerpo... Todo lo que Ana hacía era una clara muestra de sus sentimientos por mí.

Sin embargo, yo no correspondía de la misma forma.

Había sido una difícil batalla discernir entre un sentimiento real de amor y el simple cariño que se le tiene a alguien con quien compartes todos los días, aunque ya tenía una respuesta, un lado ganador de aquella disyuntiva.

Y tenía miedo. Miedo de cómo serían las cosas a partir de ese momento. Qué cambiaría a raíz de mi descubrimiento y mi negación a tener una relación con ella. Qué sucedería si ella se negaba a continuar con la diversión de dos amigos con ansias de satisfacer sus deseos más arcaicos.

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora