Capítulo 2

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A mediados de agosto el calor en la ciudad era abrumador y desgastante. La piscina en casa de Mario ya no era suficiente como escape para el clima ni para el estrés de Melissa ocasionado por la cercanía del regreso a clases. Para ese tipo de situaciones recurríamos al lago Munik, un lugar a cuarenta minutos de distancia en el medio de una zona boscosa a un costado de la carretera. En esa época del año era uno de los sitios más frecuentados, aunque a nosotros nos gustaba ir con regularidad sólo para huir de la rutina de nuestros días.

En aquella ocasión a David y a mí nos tocó ser los organizadores, lo que consistía en buscar los suministros necesarios: cervezas, botanas, cigarrillos, hielos y todo lo indispensable para pasar la tarde sin carencias que no pueden ser solucionadas en la mitad de la nada. A esa larga lista agregué varios empaques de caramelos y chocolates, los cuales estaban destinados para una persona en particular.

Todavía era temprano, las manecillas del reloj marcaban diez para las nueve de la mañana. Estábamos afuera de la casa de David terminando de guardar las cajas y bolsas en el maletero de su camioneta. El resto aún no llegaba, pero a ambos nos entusiasmaba el viaje y queríamos salir lo antes posible, y si para ello debíamos tener todo preparado antes de la hora programada no resultaba ningún problema.

La soledad de la calle se vio perturbada por la presencia de un vehículo pequeño de color rojo. En la lejanía únicamente podía distinguirse la silueta de dos personas, pero conforme fue acercándose esas manchas adoptaron un rostro, uno familiar que sonreía y el otro de un hombre que parecía cansado.

—¿Es Ana? —preguntó al reconocer la cabellera anaranjada de la chica, y no pudo evitar girar la cabeza tanto como pudo sólo para mirarme—. ¿Qué hace aquí?

—Yo la invité, ¿hay algún problema con ello?

—No, claro que no.

El automóvil se detuvo a dos casas de distancia, frente a la verja de un vecino de David. En el interior pude ver que Ana le dijo algo al hombre, y éste viró bruscamente la cabeza para mirarnos por unos segundos, para después de nuevo centrar su atención en ella. Intercambiaron varias palabras y gestos, antes de que se abrazaran y su padre le diese un beso en la frente para despedirse.

La pelirroja bajó del vehículo con una mochila colgada en su hombro izquierdo y le mostró una sonrisa al conductor, quien nuevamente nos dedicó una gélida mirada antes de echarse de reversa. Lo escruté durante el tiempo que tardó en virar en U para regresar por el mismo camino por donde había llegado. Era un hombre delgado, con cabello y bigote negro, su piel era pálida, pero no llegaba a ser tanto como la de su hija; tenían facciones similares, aunque las de Ana eran más finas.

—Hola chicos. —Caminó hacia nosotros con los brazos cruzados sobre su estómago—. ¿Sólo somos nosotros tres?

—Sí, por el momento. —David se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla como saludo—. Esperemos que los demás no tarden en llegar, debemos irnos pronto si queremos encontrar un buen lugar cerca de la orilla del lago.

La observé con atención, parecía nerviosa, pero intentaba disimularlo con una sonrisa.

Se acercó a mí para saludarme, sin embargo, era más pequeña y su rostro llegaba a la altura de mi hombro, por lo que me agaché para saludarla cuando se acercó a mí, sin embargo, ella se puso de puntillas al mismo tiempo, lo que ocasionó que nuestras mejillas chocaran. Ambos nos quejamos por el golpe, pero Ana comenzó a reírse.

—Eso no fue muy lindo de tu parte —dijo mientras se frotaba el punto de impacto.

—Sé que no soy muy agradable, pero no es razón suficiente para que me golpees.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now