Capítulo 9

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Ana jugueteaba con mi cabello, acariciándolo y enredando sus dedos en él. Sus mimos eran cálidos, suaves, enternecedores, con la misma delicadeza de su ser. Llevaba un rato con la cabeza sobre su regazo, resistiendo a la tentación de quedarme dormido, pero su tacto era un tranquilizante, y la parsimonia de mi jardín trasero sólo actuaba como un ente catabólico para que mis ojos se cerraran, ansiosos por descansar.

Al silbido del viento entre las hojas se sumó el trinar de un ave. Me sentía en un paraíso. Debajo del nuboso cielo de verano, con un sutil aroma a cercana lluvia.

La pelirroja detuvo sus caricias y abrí los ojos para observarla. Estaba atenta a una mariposa amarilla que sobrevolaba cerca de nosotros. No la contemplaba con fascinación, sino con horror. No le gustaban los insectos, de ninguna clase, ni siquiera aquellos más agraciados. Me reí ante la expresión de su rostro y centró su atención en mí.

—No te hará nada —dije con tono relajado cuando prosiguió con los roces sobre mi cabeza.

—Ya lo sé, pero sigue sin gustarme.

—Mmm, ¿y qué cosas sí te gustan aparte de los dulces? —pregunté con un tajo de burla, haciendo referencia al enorme empaque de gomitas azucaradas que se comió media hora antes.

Se quedó muy pensativa, reduciendo el movimiento de sus manos, por lo que me vi en la necesidad de insistir por su cariño y le pedí que continuara, a lo que respondió con una risa.

—Me gustan los libros, las galletas... —Reflexionó por unos segundos—, las flores y el color morado. Me gusta el té por las noches y las películas por las tardes. Y a ti, ¿qué te gusta?

—Los videojuegos, el café bien cargado, los fines de semana, las fiestas y la cerveza. —Suspiré, embelesado por la parsimonia que nos rodeaba—. También me gustan las chicas delgadas que tengan buen sentido del humor.

Se quejó con un refunfuño. —Pues a mí me gustan los chicos musculosos, lástima que no haya de esos en la escuela.

—¿Y yo qué soy? —Hice una flexión con ambos bíceps.

—Tú eres un tonto —respondió con una risa.

Me reí, aunque mi orgullo se sintió lastimado a pesar de que no me consideraba un chico de buen físico. Medía un metro ochenta, delgado, un poco pálido, nada fuera de lo común. Por lo que entendía si no cumplía con los requisitos dentro de la lista de Ana para considerarme atractivo.

—¿Sabes qué otra cosa me gusta? —Eché la cabeza hacia un lado para mirarla.

—¿Qué cosa? —cuestionó, aún divertida por su comentario.

—Tus pecas, son lindas.

Se quedó muy seria, pero el color rojizo de sus mejillas delató lo que generé en ella con esas palabras. Esperé un simple agradecimiento, pero a cambio Ana me dio una palmada en la frente y jaló uno de mis mechones, haciéndome gruñir.

—¡Oye! —Alejé sus manos de mi cabeza, desconcertado por su ataque—. ¿Qué fue eso?

—Ay, lo siento, creo que fue un tic. —Sonrió con falsa ingenuidad.

No le creí, pero comenzaba a acostumbrarme a esos inofensivos golpes. Ana era muy expresiva, aunque a veces esas muestras de cariño no eran precisamente las más sutiles ni adecuadas. Reaccionaba conforme a sus sentimientos, como cualquier individuo, pero a ella le gustaba demostrar con mayor énfasis lo que la situación generaba en su interior.

—¿Puedo entrar un momento a tu casa?

—Claro.

Quité la cabeza de su regazo para que pudiera levantarse. Se limpió los trozos de césped que quedaron adheridos a su ropa y entró a la casa. Me quedé recostado sobre el fresco manto verde con los brazos cruzados como una almohada. Las hojas del árbol proyectaban su sombra sobre mí, dibujando figuras retorcidas. Cerré los ojos por apenas un instante, disfrutando del momento, sin embargo, una vibración dentro del bolsillo de mi pantalón hizo que se desvaneciera ese relajante estupor. Saqué el teléfono y leí la notificación: un nuevo mensaje. Abrí el texto sin poder reprimir una sonrisa al leer el nombre del remitente.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now