Capítulo 16

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Estaba recostado en la cama de Tania observando hacia el techo blanco, donde había incrustadas estrellas de diversos tamaños que resplandecían en la parcial oscuridad, la cual era obstruida únicamente por el resplandor desprendido de una pequeña lámpara sobre la mesita de noche.

Era tarde, cerca de las dos de la madrugada, pero sus padres no volverían hasta el mediodía por un viaje que realizaron a un congreso en la capital del país sobre las reformas hechas a la Constitución. Lo que nos dejaba la casa para los dos solos, sumergida en una arrulladora parsimonia que me hacía bostezar a pesar del malestar que dominaba a mi sistema.

La soledad de la habitación dio origen a un involuntario momento de reflexión, el cual surgió a raíz del mal sabor de boca que tenía después de las cinco cervezas que bebí en el transcurso de la noche. No estaba ebrio, ni siquiera me encontraba mareado o con náuseas, pero mi cabeza palpitaba con fuerza y molesta insistencia, haciendo que todo temblara a mi alrededor durante cortos lapsos en intervalos irregulares. 

Le atribuí ese estado a la culpabilidad que era representada a través de aquellos persistentes golpeteos en mi cráneo. El sentimiento gobernada sobre los pretextos que inventaba para hacerme creer que lo sucedido con Ana en la reunión no tenía importancia, pero la realidad es que no había dejado de pensar en ella durante todo ese tiempo, atormentándome con el recuerdo de su rostro decepcionado y el tinte melancólico de su voz. 

Aún podía sentir el calor de su piel en mis manos cuando la sujeté por el mentón para que me mirara a los ojos, aunque esa experiencia comenzaba a desvanecerse con el pasar de los minutos y por la oscura nube de confusión que me acechaba, entorpeciendo mis sentidos. 

Saqué el teléfono celular y entrecerré los ojos cuando la pantalla se iluminó, aflorando una nueva punzada que consiguió hacerme quejar. Luego de superar la ceguera momentánea, busqué entre las fotografías que tenía almacenadas en la memoria hasta que encontré una que ella misma se tomó cuando robó mi celular sin que me percatara, un día que salimos a caminar por el parque y me distraje viendo un juego de pelota entre dos pequeños hermanos. La imagen era sencilla, pero denotaba la fogosidad de su personalidad, se le veía desde un ángulo inferior, siendo captado el follaje de un árbol que estaba sobre nosotros mientras miraba hacia un punto de la nada. Su rostro era sereno, pero perspicaz, una de las cualidades por las que me agradaba tanto. 

Sonreí ante su imagen, pero esa felicidad fue tan efímera que no conseguí disfrutarla ni rozarla con las fibras de mi cuerpo. El remordimiento contagiaba a cada uno de mis pensamientos, volviéndolos taciturnos, incómodos y difíciles de soportar. Lo único que necesitaba era tener más tiempo con Ana para esclarecer todos los malentendidos que estaban surgiendo debido a aquellos cambios que resultaban imperceptibles para mí.  

Entré a la bandeja de mensajes y busqué su nombre entre los contactos. Era la cuarta en la lista, y el último sms que recibí de ella fue de unos días atrás, donde me preguntaba acerca de un libro que necesitaba para una clase de la escuela que yo había cursado. No le respondí por estar con Tania, y me olvidé de contestar cuando volví a casa. Saber que pasaba por alto incluso un detalle tan insignificante como ese me hizo sentir peor, pues comenzaba a dejar nuestra amistad a un lado desde quién sabe cuándo.

Tecleé con rapidez sobre la pantalla y me detuve a observar lo que había escrito:  

 «Lamento lo de hace rato.

Dudé varios segundos antes de oprimir el botón de enviar. Había hecho suficiente, y lo que menos deseaba era seguir estropeando las cosas, entonces despertar a Ana en mitad de la madrugada no era la mejor de las ideas, pero la necesidad por hacerle saber que realmente me sentía mal era más grande que la lógica que hacía tiempo ya me había abandonado. 

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora