Capítulo 34

17.8K 1.7K 1K
                                    

Era la última semana de clases antes de las vacaciones de invierno. La mayoría de los alumnos estaban nerviosos por los exámenes finales y por la entrega de proyectos, y usualmente yo me encontraba entre ellos, pero ese lunes por la mañana mi mente sólo podía centrarse en las imágenes del rostro de Ana que se imprimieron en mi memoria, como recuerdos de mis errores.

Además, me sentía inquieto por el inminente encuentro con Tania. No sabía cómo podría ser, si debería lidiar con otra de sus escenas, o si para ese punto por fin habría aceptado que lo nuestro estaba tan roto que no existía una solución para buscar.

Si bien era cierto que la relación había terminado de una manera abrupta, y por motivos poco comunes, pero necesarios, la verdad era que no me sentía del todo contento. No me gustaba admitirlo en voz alta, lo ocultaba dentro de mis pensamientos para intentar reprimirlo, pero extrañaba a Tania. Mis sentimientos estaban confundidos, porque el sentido común me aseguraba que había tomado la decisión más prudente y correcta, pero otra parte me decía que mi corazón aún se aceleraba con la imagen de ella. Al final de cuentas no habíamos terminado por falta de amor, sino por un exceso descontrolado de él por su parte. Aunque me negaba a aceptar que aún sentía algo por ella.

Llegué cabizbajo al salón de clases, temeroso de encontrarme con su rostro, sin embargo, y para mi suerte, aún no estaba ahí, aunque sus amigas sí, quienes ni siquiera se inmutaron ante mi presencia como en anteriores ocasiones. Entré sin la presión a la que me sometían con sus miradas, sólo me ignoraron, aunque en el rostro de una de ellas pude percibir vergüenza, una faceta que no le correspondía después de sus acciones.

Dejé caer la mochila al suelo a un lado de mi lugar habitual, llamando la atención de Andrés y Mario, los cuales conversaban sobre las probabilidades de suspender el examen de esa materia antes de que los interrumpiera con mi presencia.

—¿Te sientes bien? —Andrés preguntó, intentando encontrar mi rostro agachado.

Negué. —Hay demasiadas cosas que no saben sobre este fin de semana.

—¿Qué sucedió? —Mario se acomodó en la butaca de forma en que su cuerpo estuviese volteado en mi dirección.

—Tania y yo terminamos —respondí en voz baja para que los demás en el salón no pudieran escucharme. Me senté en la banca y recargué la cabeza en la pared.

—¡¿Qué?! —preguntaron al unísono.

—Es una broma, ¿verdad?

—¡No te creo!

Reí sin ánimos. —No bromeo.

—¿Por qué? —Mario se inclinó más cerca de mí. Su semblante denotaba preocupación—. ¿Qué pasó?

No estaba de humor para relatar la historia más trágica que había experimentado en mis casi dieciocho años de edad, pero no quería ser descortés con ellos, pues sabía que su interés no se limitaba a saciar la curiosidad innata de todos los seres humanos, sino que en realidad estaban preocupados por mí.

Estuve a punto de iniciar con la anécdota cuando David entró al salón, dedicando un amable saludo grupal para todos los presentes. Sus ojos se encontraron de inmediato con los míos y se acercó presuroso hacia mi lugar.

—¿Cómo está Ana? —cuestionó ya a mi lado, saltándose la cordialidad con nosotros. Se veía agitado, y su expresión era de angustia.

—¿Ana? —Los otros dos chicos me miraron con duda—. ¿Ella tiene algo qué ver con tu ruptura?

—¿Aún no les has contado? —Indagó David, sorprendido por mi discreción, mirándome fijamente.

—¿Contarnos qué? —Volvieron a interrogar al mismo tiempo.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now