Capítulo 38

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Fue una larga noche de insomnio, durante la cual mi cansancio físico me suplicaba que durmiera, pero mi mente se rehusaba a descansar. Mis pensamientos estaban agitados, inquietos, revoloteando de un lado a otro como pequeñas pelotas que golpeaban constantemente una pared sin poder detenerse.

Intenté dormir en repetidas ocasiones, pero cada que cerraba los ojos aparecía el rostro de Little Darling contra mis párpados, recordándome su mirada desbordante de dolor y decepción. Fueron horas llenas de martirio psicológico, en las que sólo pude rememorar el error que había cometido y cómo eso podría repercutir en mi relación con la pelirroja. Ni siquiera quería pensar en ello, sólo ansiaba olvidarme de todo por un rato, pero mi mente se aferraba con fuerza a la idea como una clase de castigo autoinflingido. 

Y es que la conversación que tuve con David sobre lo sucedido con Ana me hizo reflexionar y comprender que no había verdaderos motivos para enfadarme, ya que ella se negó porque no se sentía preparada para tal acción —o por cualquier razón que fuese— y no podía culparla por su decisión, aunque me sentía avergonzado por el rechazo, pues cualquiera hubiera sentido que su orgullo fue herido mediante vanas palabras.

Al día siguiente, muy temprano por la mañana, cuando desistí de todos mis intentos por descansar, me levanté de la cama y bajé a desayunar a pesar de no tener mucho apetito, sin embargo, mi madre había hecho especial énfasis en que necesitaba comer a mis horas y una cantidad considerable si quería recuperar la buena salud y tener un estado físico más fornido. Acompañé la comida con cuatro tazas de café bien cargadas, con la única intención de disipar la jaqueca que lanzaba insistentes punzadas en el lado derecho de mi cráneo.


Tardé más de cuarenta minutos en acabar solo la mitad del plato, había jugueteado con los trozos de tocino con el tenedor sin animarme a probarlo, y dejé el huevo revuelto a un costado, mi único antojo había sido saciado por el crujiente pan tostado con un diminuto toque de mermelada de fresa. 

Me levanté de la mesa, dispuesto a regresar a mi habitación. El reloj marcaba las siete con treinta minutos; aún era una buena hora para acostarme y reposar aunque fuese solo superficialmente, sin embargo, la cafeína comenzaba a disipar el estupor que me envolvía tras mi falta de descanso, y mi cuerpo accedió a ceder a esa nueva energía que me mantenía en un estado tembloroso y con la mente trabajando más rápido de lo habitual.

Y así fue como se me ocurrió la grandiosa —o terrible, según quien lo viese—idea de ir a visitar a la pelirroja a su hogar. 


De nuevo miré las manecillas del reloj colgado en la pared de la cocina, como si el tiempo hubiese avanzado con desmedida rapidez en los treinta segundos que habían transcurrido desde la última vez que mis ojos se posaron sobre aquél, y lo que vi reflejado con sus saetas me hizo bufar por el desanimo. Era demasiado temprano para acudir a su casa, especialmente si no tenía una invitación, así que debería esperar cuando menos casi una hora para que fuese prudente ir a conversar con ella, e intentar reparar el daño que había ocasionado con mis incoherentes acciones.

Pero... ¿qué podría hacer mientras esperaba? 

Entonces tuve otra espectacular idea que respondía a esa pregunta, y me di cuenta que el exceso de cafeína me hacía pensar mejor y más veloz. Tal vez debería comenzar a tomar esa cantidad de bebida adictiva para iniciar cada día. 

Decidí seguir los instintos que me embargaron en ese momento, sin detenerme a pensar los pros y contras, simplemente agarré las llaves del automóvil y salí de la casa a toda marcha, embelesado por las absurdas fantasías que me hacían sonreír sin sentido aparente. 

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora