Capítulo 7

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Caminaba rumbo al estacionamiento de la escuela, jugueteando con mi manojo de llaves y tarareando por lo bajo una canción. Había pasado la mayor parte de las clases adormilado por el cansancio, intentando no llamar la atención de mis profesores, aunque para algunos de ellos les fue inevitable cuestionarme respecto a la herida de mi labio, haciendo que todos en el salón me miraran, y que mis amigos se carcajearan igual de estruendoso que la primera vez. A lo que sólo podía responder con un simple, pero vergonzoso "me resbalé".

En ese punto del día el sueño comenzaba a vencerme, los párpados me pesaban y mi cuerpo anhelaba un descanso, pero no tendría oportunidad de dormir hasta que cumpliera con mi necesidad de hacer sonreír a Ana, y que me perdonara luego de hacerla pasar una terrible noche en vela preocupada por mi bienestar. Durante mis lapsos de lucidez planifiqué diversas opciones para nuestra tarde juntos, aunque terminé por descartar gran parte de ellas al no contar con los medios necesarios para su realización o por su dificultad a causa de mi carencia de buenas habilidades. Yo le importaba, me lo había dejado en claro, y lo único que deseaba era corresponder a ese cariño de una forma apropiada, por ello consideré que invitarla a mi hogar sería ideal, para así hacerle saber que la quería en mi vida, cerca de mí.

Bajé los peldaños hacia la explanada principal de la escuela cuando una silueta se emparejó a mi andar. Por un momento creí que se trataría de Ana, pues me encontraba a pocos pasos del sitio donde la cité para irnos juntos a mi casa, sin embargo, al mirar a la persona que estaba a mi lado no pude evitar una ambivalencia de emociones, entre la sorpresa y la alegría.

—¿En serio eres tan patético?

Tania se me adelantó tres pasos y se detuvo frente a mí, obligándome a frenar de golpe para no estrellarme contra su menudo cuerpo. A pesar de su considerable estatura aún tenía que mirar ligeramente hacia arriba para encararme.

—¿A qué te refieres? —Sonreí por su expresión, pero confundido al no entender el motivo de su repentino comentario.

—Todo ese coqueteo durante la primera clase y ¿ni siquiera piensas pedirme mi número? —Se cruzó de brazos, indignada. Su rostro de molestia era curioso, apretaba la boca y fruncía el entrecejo, similar al inicio de un lloriqueo.

¿Coqueteo? —Su respuesta me dejó perplejo, haciéndome sentir una extrañeza en el pecho.

Entrecerró la mirada para escrutarme. —¿Ahora me dirás que no sabes de lo que hablo?

Puse mis manos sobre sus hombros, preparado para sufrir un rechazo de su parte, sin embargo, me sentí entusiasmado de que no se alejara ante mi tacto, por el contrario, pude sentir cómo su postura se relajó y su semblante recobró un ápice de la tranquilidad de antes.

—No me malentiendas, la verdad es que no esperaba que quisieras eso.

Suspiró, hastiada. —Confirmas mi teoría de que los hombres son muy lentos, pero creo que tú te llevas el premio mayor.

—Ehh... ¿gracias?

Nos quedamos serios por unos segundos, sin embargo, no pudimos resistirnos por demasiado tiempo y comenzamos a reírnos al unísono. Mis manos aún continuaban sobre sus hombros, y Tania sujetó mi antebrazo derecho sin parecer darse cuenta de ello. De nuevo me quedé cautivado por su imagen, se veía tan bonita cuando se reía, y saber que yo contribuí a eso me hacía sentir fantástico.

—Anda, date prisa. —Me soltó y dio un paso hacia atrás, alejándose de mí—. Saca tu teléfono antes de que me arrepienta de darte mi número.

Le obedecí con premura, sintiéndome nervioso sin una razón válida. Saqué mi celular y lo desbloqueé, aún lamentando la bochornosa condición de la pantalla. Tania dictó los dígitos que conformaban su número y cuando terminé de anotarlos me quitó el teléfono para asegurarse de que lo había registrado bien.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now