Capítulo 25

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Quise abrir la puerta del auto para que Ana se subiera, como un acto de caballerosidad y gentileza, pero con una simple mirada me exigió que no me atreviera a tratarla como si nada hubiese sucedido, fingiendo ser un dulce chico, por lo que desistí de aquél vano intento. Lo que menos deseaba era incomodarla, y si un trato excesivamente amable le resultaba desagradable tendría que renunciar a él y buscar una táctica diferente que me ayudara a encontrar un punto de estabilidad entre ambos.

Cerrar ambas puertas significó convertirnos en dos pececillos atrapados dentro de una cabina de cristal, aislados del resto del mundo, y sumergidos en la solitaria privacidad del vehículo. Dentro no había escapatoria, mucho menos después de que encendiera el motor y emprendiéramos la marcha rumbo a su hogar a través de una avenida transitada.

Ese trayecto de quince o veinte minutos era el lapso que el cosmos nos otorgaba para conversar, el cual parecía no ser nada en la relatividad del tiempo. Recobrar más de treinta días en cuestión de una fracción de hora resultaba ofensivo, pero debía conformarme con esa oportunidad, por lo que no debía desperdiciar ni un sólo segundo.

—¿Cómo has estado? —pregunté, apretando el volante con ambas manos al percatarme del temblor de mi voz.

—Bien, ¿y tú? —respondió con la cordialidad de una persona a la que no le interesa saber realmente tu condición, pero no pretende ser grosera.

—Bien, aunque he tenido mis altibajos —comenté con la intención de añadir fluidez a la conversación, esperando a que ella fuera recíproca.

Pero no dijo nada más.

—¿Y tus padres... cómo están? —Creo que nunca antes había indagado sobre el estado de salud de sus progenitores.

Y pareció percatarse de esa extrañeza al responder con una tonalidad confundida.

—Bien... Eso creo.

De nuevo silencio y esa falta de interés por continuar con la plática. No la culpaba, tenía todo el derecho a rehusarse a cooperar con aquella patética escena que escribí en la soledad de mi habitación, y la cual no estaba funcionando del todo bien.

El tráfico de la ciudad a esa hora durante un lunes era terrible. La hora de salida de las escuelas se combinaba con un momento en el que sol irradiaba rayos insoportables y el calor se alzaba a máximas temperaturas. La gente mostraba su malhumor haciendo sonar los claxon con insistencia, a un ritmo grosero y tintado de desesperación, lo que no aportaba un ambiente favorecedor a la situación con Ana.

—¿Y las clases? —Estaba desesperado, las preguntas casuales comenzaban a echar en falta—. ¿Cómo vas con ello?

—No he suspendido ninguna materia, entonces creo que voy bien.

—Estupendo.

Ana, por favor, ¿podrías tan sólo responder algo diferente a un simple "bien"?

¿O acaso todo iba bien contigo desde que me alejé de tu vida?

La chica que iba a mi lado definitivamente no era la misma Ana que un día conocí, no podía descifrar más allá de lo que mostraba en su semblante y con la rígida postura que aparentaba estar a la defensiva, reacia a relajarse.

—Y... dices que hoy estudiarás para un examen, ¿cierto? —Asintió como respuesta y proseguí—: ¿De qué materia es? Tal vez pueda ayudarte.

—Historia.

Maldición, yo odiaba esa materia. En realidad estuve a punto de suspenderla si no hubiera sido porque David respondió las preguntas suficientes de mi examen para conseguir una nota aprobatoria.

Para la chica que siempre me amóOù les histoires vivent. Découvrez maintenant