Capítulo 42

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Regresar a clases fue más extraño de lo que creí. Sexto semestre implicó un largo listado de cambios, entre los cuales se encontraban los siguientes, y solo por mencionar algunos: a nuestro grupo de amigos le faltaba un integrante, ya no contábamos con el gracioso sentido del humor de Mario que nos alegraba las mañanas; la mayoría de las conversaciones entre mis compañeros eran relacionadas sobre los exámenes para la universidad, los nervios, temores e inseguridades acerca de fallar, y la incertidumbre de lo que eso significaría; los maestros se mostraron más exigentes desde el primer día, argumentando que solo era una muestra de lo que nos esperaría en el siguiente grado académico; ya no se nos trataba como a simples adolescentes, sino como adultos con futuras nuevas responsabilidades.

Sin embargo, el mayor de los cambios radicó en la ausencia de Ana en mi vida. Una falta de compañía que yo mismo había decidido.

El aceptar mis sentimientos por ella no facilitó lo que eso implicaba en nuestra confusa relación. En realidad, hizo que todo se volviera más complicado.

La evité durante diez días, cargando en mi bolsillo la nota que me envió. La releía cada que tenía oportunidad, a pesar de que conociera sus letras de memoria, podía recitarlas con exactitud, cada coma, cada pausa, cada línea, pero a pesar de conocerla literalmente, aún me resultaba complicado entenderla.

Decenas de preguntas me invadían: ¿por qué hasta ahora?, ¿cuál esperaba que fuera mi respuesta?, ¿en verdad tenía que responderle algo?, ¿David la había ayudado a redactarla?, ¿tenía que responder con una nota o debía encararla?

Y... ¿qué tan malo es romperle el corazón a una chica, especialmente si es tu mejor amiga?

Muchas preguntas, pero ninguna respuesta.

Durante las horas de escuela no salía del salón en ningún momento libre, ni siquiera para acompañar a mis amigos a la cafetería. Permanecía escondido, alejado de cualquier posibilidad de encontrarme de frente con Ana, pues estaba asustado, ya que aún no sabía cómo decirle que lo nuestro no sucedería, porque mi único interés era saciar mis placeres arcaicos, lo cual estaba haciendo con Tania.

Sí, a pesar de recibir una nota escrita con los sentimientos de la pelirroja, no detuve los encuentros sexuales con mi exnovia, sino que los convertí en parte de mi rutina diaria, y ambos cedimos a un exquisito descontrol entre las sábanas, experimentando, complaciéndonos mutuamente, llenando un vacío que nos negábamos a reconocer por miedo a los estereotipos de la felicidad.

Creía firmemente en la decisión que tomé sobre no involucrarme con Little Darling en un ámbito romántico, asegurando que era lo mejor para ambos o, bueno, por lo menos para mí, creyendo que ella comprendería.

Así que debía ponerle un punto a la situación, y después de tantos días, reflexionando durante largas horas, por fin había podido encontrar las palabras más adecuadas para confesarle a Ana que una relación entre nosotros no funcionaría.

Una noche me senté frente al escritorio de mi habitación, y sobre él acomodé una hoja en blanco y un bolígrafo negro. Estuve ahí durante casi media hora, quieto, observando el lienzo que se hallaba debajo de mis temblorosas manos. Sabía las palabras que quería escribirle a Ana, pero mi cuerpo se negaba a hacerlo. Era como si una fuerza ajena a mí me sujetara, impidiéndome mover mis extremidades. Me sentía encadenado, imposibilitado para vaciar mis pensamientos sobre aquel papel. Pero necesitaba hacerlo, por mi bienestar.

Tardé otro rato en poder librarme de esa prisión física y mental en la que el miedo me encerró, consiguiendo sujetar la pluma con mis dedos y colocar la punta sobre la hoja. Y entones, escribí.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now