Capítulo 29

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Me miré en el espejo, no muy convencido con lo que veía, pero no había nada más que pudiera hacer con mi apariencia. La playera me quedaba levemente holgada por los kilos que perdí durante los últimos meses, y la oscuridad de mis ojeras no había desparecido incluso después de que comenzara a dormir más horas para intentar recuperarme. Me veía fatal, demacrado y pálido, pero debería lidiar con ello hasta recobrar la vitalidad. Exhalé, resignado, y me puse una gorra con la visera hacia atrás para esconder la rebeldía de mi cabello.

Faltaban veinte minutos para las nueve, aún tenía tiempo suficiente para ir por Ana y llegar a la hora acordada. Me sentía nervioso, aunque no tuviera verdaderos motivos para estarlo, era como esperar un suceso desconocido, o a punto de emprender una nueva aventura, aunque sólo se tratara de una simple fiesta en la casa de un estudiante común. Hacía mucho que no salíamos juntos, y quizás esa era la razón.

Eché una última mirada a mi reflejo, notando que mi boca estaba curvada hacia abajo, ya como una mueca permanente de infelicidad, así que me obligué a sonreír y me di cuenta de lo difícil que ello resultaba tras los últimos dos días que viví.

El viernes llegué a la escuela preparado para una batalla campal contra Tania, sin embargo, no llegó a clases, lo que era sumamente inusual en una estudiante como ella. Le envié varios mensajes en el transcurso de la mañana, mas no obtuve respuesta; al medio día le marqué tres veces y no contestó a ninguna de ellas. Tal vez estábamos enojados, y en la peor racha de nuestra relación, pero eso no impedía que me preocupara por ella. Al terminar las clases fui a su casa para buscarla, y estuve ahí por casi diez minutos creyendo que se estaba ocultando y que cediera para salir a conversar, aunque eso no sucedió. Todo el día estuve intentando comunicarme con ella, pero parecía que su existencia se desvaneció.

Y el sábado se repitió la historia, no hubo indicios que me revelaran su paradero o señales de que se encontrara bien, lo cual me traía muy inquieto y nervioso, y era complicado disimularlo.

Le grité una despedida a mi madre a través de la puerta cerrada de su habitación y respondió con una cariñosa y típica frase sobre tener cuidado en las calles, así como evitar conducir ebrio. Bajé las escaleras y tomé mi chaqueta colgada en el perchero detrás de la puerta principal, saqué las llaves del bolsillo trasero de mi pantalón y salí.

Afuera hacía frío, el viento soplaba con fuerza y el sonido de éste arremolinando las hojas provocaba una tétrica escena en la parcial oscuridad de la noche sobre la ciudad. A pesar de que no fuese tan tarde las calles estaban desoladas y el silencio sólo era tajado por la naturaleza.

El recorrido hacia la casa de Ana fue más rápido de lo que preví, durante el cual sólo pude pensar sobre lo egoísta que podría resultar mi noche de diversión mientras Tania estaba desparecida. Tal vez la mejor de la opciones era olvidarme del resto para salir a buscarla de nuevo, pero algo me decía que ella no quería ser encontrada. Conocía su manera de pensar y actuar, y quería convencerme de que todo ese teatro sólo era una forma de llamar mi atención y mortificarme, lo cual estaba consiguiendo, pero con lo que luchaba para no sucumbir a esa trampa.

Mi decisión fue continuar con los planes que había establecido para esa noche, esperando que fuese lo mejor y que no me arrepintiera de ello.

A diferencia de otras ocasiones, esa vez me bajé del auto y caminé hacia la puerta principal de la casa de su padre, sin embargo, mantuve la falta de formalidad y le envié un mensaje para avisarle sobre mi llegada.

Mientras esperaba a que saliera paseé por los adoquines que conformaban el sendero a la mitad del extenso jardín. A ambos lados de la fachada había dos grandes ventanales que proyectaban un rectángulo de luz sobre el césped, en el que se enmarcaba la sombra de los muebles más cercanos a ellas.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now