Capítulo 22

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Desperté después de escuchar un molesto e insistente click cerca de mí. Abrí los ojos muy apenas, lo suficiente para descubrir qué estaba sucediendo a mi alrededor, a sabiendas de que la luz matutina del sol penetraría por la ventana de la habitación y dispararía una punzada en mi cabeza cuando mi vista se encontrara con ella. 

La imagen que encontré fue a Tania de pie sobre la cama, inclinada hacia mí con una cámara fotográfica entre las manos y pegada a su rostro, apuntándome desde diferentes ángulos. Iba ataviada únicamente con su lencería negra de encaje, la misma que llevaba la noche anterior, y la cual era mi favorita porque la hacía lucir más atrevida y seductora.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté con voz ronca y adormilada.

—Tomándote fotos —respondió en tono burlón de obviedad, y enseguida oprimió un botón que volvió a emitir el detestable ruido que me despertó.

—¿Para qué? —Apreté los párpados, incapaz de soportar los rayos que se filtraban a través de las cortinas corridas. 

Giré sobre mi costado para ocultar mi rostro de la molesta luz, y sentí una inusual e incómoda brisa entre las ingles, entonces recordé algunos fragmentos del previo anochecer y el hecho de que estaba completamente desnudo. Habíamos compartido una desenfrenada e intensa noche entre las sábanas, y la combinación de ésta con el cansancio del máximo placer y el licor que bebimos durante la velada, nos impidió vestirnos antes de que el sueño nos embargara. Aunque, al parecer, ella despertó mucho antes y decidió esconder la desnudez de su cuerpo detrás de la ropa interior. En cambio, yo sólo me tomé la molestia de cubrirme con la sábana que estaba a un lado, a pesar del problema con el que a veces lidiábamos los hombres al despertar, respecto a la incontrolable reacción física originada por las hormonas, manifestada como una erección, y la cual quedaría retratada en las fotografías. 

Se dejó caer de golpe sobre la cama y el impacto hizo que mi cuerpo se desplazara unos centímetros hacia un lado. 

—Para verlas —contestó con simpleza.

—Me tomas fotos desnudo... ¿sólo para verlas? —Interrogué tras una risa, aún con los ojos cerrados.

—¿Qué hay de malo con ello? —También se rió—. Me gustas, y quiero tener fotos tuyas para cuando estés lejos.

No me molestaba, la verdad es que me parecía divertido y travieso de su parte, lo que me hacía creer que le gustaba mucho mi cuerpo, y ello me generaba un sentimiento de satisfacción conmigo mismo, ya que mi físico no estaba ni cerca de ser uno de los mejores, pero saber que ella se sentía atraída por mí en todos los niveles posibles era excitante. 

—¿Y yo también puedo tener algunas tuyas? —Indagué a modo de broma, pero esperanzado a que su respuesta fuera positiva.

Sin embargo, lo único que recibí fue un almohadazo en la cara.

—Por supuesto que no —dijo con falso disgusto.

Se escuchó el repiqueteo de un objeto sobre la madera del buró. A continuación el colchón se hundió conforme sentí los movimientos de Tania acercándose a mí, y tras sólo un instante de espera, su cuerpo estuvo detrás del mío. Me volví para abrazarla, llamado por su aroma y la calidez de su piel. Descansó la cabeza sobre mi pecho y se acurrucó tan cerca como le fue posible, emitiendo un leve suspiro al consolidar ese cariñoso gesto. 

Durante un rato no dijimos nada, permanecimos en silencio disfrutando de aquella cercanía. Con Tania aprendí que a veces los mejores momentos no requerían de palabras, sino de contacto, roces y sentimientos a flote. Su compañía era lo que más me gustaba, y atesoraba casi cada experiencia a su lado, exceptuando sus arranques de furia ocasionados por la ceguera de sus celos infundados. Y a pesar de que quisiera olvidar el día en que todo el lío se desató, no podía hacerlo, pues una delgada y blanca cicatriz en mi antebrazo me recordaba el fatídico hecho, y lo que significó para la relación. 

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora