Capítulo 23

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Durante horas estuve dándole vueltas al asunto, inseguro sobre cómo debía actuar, o qué medidas tomar. Llevaba tanto tiempo pensándolo, que ya no podía sacar el rostro de Ana de mis pensamientos, era como una marca imborrable grabada en mi mente desde que la encontré en aquél restaurante del centro.

Estaba en mi habitación, recostado en la cama y con la mirada fija en el techo, intentando encontrar las respuestas a mi conflictiva indecisión en el lienzo color blanco sobre mí.

Mis sentimientos estaban hechos un caos, una maraña de confusión y nervios. No estaba seguro de cuál era el detonante para ello, pero no quería atribuírselo al amigo —o novio, o lo que sea que fuere— de la pelirroja; sí, quizás él había influido en mi iniciativa de volver a entablar mi amistad con ella, pues su presencia significaba que el corazón de Ana estaba en manos de otra persona y no podría lastimarlo al volver a su vida. Pero la realidad era que quería recuperarla desde el primer día en que me alejé, aunque mi sentido común me dijera que estaba haciendo lo correcto al implementar la distancia entre nosotros.

Era todo un espectáculo, entre un vaivén de posturas opuestas. Una de mis facetas, caracterizada por el orgullo, se oponía a la idea de que perdiera la dignidad al regresar pidiendo perdón a Little Darling, pues a veces no había segundas oportunidades, y temía que fuera una de ellas. Sin embargo, la otra careta era más optimista, reflejada por el atrevimiento y las ilusiones, éstas últimas consistentes en ser disculpado por la pelirroja ante la inmadura posición que tomé frente al problema. Intentaba ignorar a la primera de ellas, pero como todo humano me sentía intimidado y vulnerable ante un posible rechazo, pues había un alto porcentaje de probabilidades de que Ana decidiera continuar alejada y con justas razones. Seguro que se sentiría ofendida, pues mis tambaleos parecían un juego de mal gusto: alejarme, dudar, regresar con una propuesta de perdón, y después qué. No era así de sencillo, ¿o sí?

Quería estrellar mi cabeza contra una pared, deseoso de que eso pudiera ayudarme a aclarar mis pensamientos o que por lo menos pudiera olvidarme de las tonterías que había cometido y empezar desde cero con ese válido pretexto.

El sonido del timbre, seguido por el cuchicheo de unas voces en la primera planta de la casa me sustrajeron de mis pensamientos, regresándome de golpe a la realidad. Se escuchó una pesada caminata sobre los escalones y después en los tablones de madera del suelo hasta detenerse frente a mi puerta. La persona detrás de ella tocó un par de veces y abrió sin esperar mi autorización para hacerlo, pero sabía cuál rostro me encontraría cuando entrara.

David asomó su cabeza por la rendija entre el marco y la pieza de madera. Su semblante era sonriente, como siempre solía estarlo.

—¿Se puede?

Asentí e hice una seña con la mano para que pasara. Cerró la puerta tras de sí, dejándonos en la privacidad que necesitaba para conversar con él sobre mis enrevesados conflictos.

Me hice a un lado para que se acostara conmigo en la cama, como solíamos hacerlo desde que éramos unos niños, y hablábamos sobre las trivialidades de nuestra vida como infantes, o cuando jugábamos durante horas en mi consola. Mi habitación fue nuestro refugio y escondite favorito durante aquellos años, pues en su casa sus padres no permitían que la puerta de su habitación estuviera cerrada, para así evitar cualquier clase de travesuras, y los videojuegos estaban prohibidos, pues creían que disminuía el desarrollo psicomotriz de un niño. Y al parecer mi morada seguía siendo nuestro punto de encuentro preferido para conversar sobre los problemas en esa nueva etapa que atravesábamos; podía resultar absurdo, pero las costumbres eran difíciles de cambiar.

Se acomodó a mi lado y cruzó sus brazos debajo de la cabeza, centrando su mirada en el mismo punto de enfoque de mi atención.

—¿Estás bien? —preguntó, girando su cabeza para mirarme.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now