¿Todo terminaría, o regresaríamos de nuevo al punto de partida?

Creía conocer la repuesta, ya que en anteriores ocasiones habíamos atravesado situaciones semejantes, y ambos nos olvidábamos de los daños, para así empezar desde cero, como si fuésemos dos desconocidos que quisieran amigarse sin un pasado entre ellos.

Ana me perdonaría cuando descubriera que no pretendía encasillarnos en una relación seria. Y estaba convencido de ello.

* * *

Estábamos recostados en la cama de Ana, besándonos, con las respiraciones agitadas y los labios hinchados tras un intercambio de apasionadas y traviesas mordidas.

Tenía a la pelirroja muy cerca de mí, sujetándola por la cintura mientras ella jugueteaba con mi cabello. Sin embargo, sentía una leve distancia emocional en la conexión que teníamos aquella mañana. Sus labios se movían a la par de los míos, pero había un vacío que no podía llenarse ni siquiera con la fuerte unión de nuestras bocas. Era como si su figura estuviera presente en la escena, pero su mente se encontrara divagando en otra galaxia.

Esa ausencia me mantenía sereno, alejado de los usuales pensamientos que dominaban a mi cuerpo y mente con su tacto.

Pero quería más.

Comencé a besarla con más intensidad, buscando su lengua con la mía, jugando con ella. Moviendo la boca con rapidez, atrapando su labio inferior con los míos. Explorando, probando, disfrutando. Perdí el control y llevé mis manos hacia su nuca, donde ejercí un sutil poder sobre ella, atrayéndola más, impidiéndole que se alejara de mí.

Ana correspondió a la magnitud de la caricia, siguiendo el ritmo de ella.

Aferró sus manos a mis hombros, y un suspiro jadeante escapó de su boca al tiempo en el que su cuerpo se tensó contra el mío. Y esa vana acción desató el caos en mi interior.

Giré nuestros cuerpos de forma en el que el mío quedó sobre el suyo. Descansé todo mi peso sobre mi codo derecho, para así tener movilidad con mi otra extremidad, la cual comenzó a acariciar el rostro de la pelirroja, quien hasta ese momento había continuado con el mismo ímpetu que nos dominó a ambos.

Aunque después cometí un terrible error, el que quizá desencadenó el principio del fin.

Atrapado por la lujuria y confundido por la excitación que me embriagaba, metí la mano debajo de la blusa de Ana y la sujeté de la cintura, acorralándola contra el colchón. Acaricié su abdomen y sentí cómo se contrajo ante mi tibio tacto. Con la punta de los dedos dibujé el contorno de sus costillas, y con ello la pelirroja se hizo pequeña contra la cama. Y lo que hice a continuación me hubiese gustado nunca haberlo intentado. Subí la mano, hasta que mis dedos rozaron la varilla de su sostén, y mi pulgar trató de adentrarse en él, pero Ana se removió, impidiéndolo.

—Adrián, no, espera. —Apartó su boca de la mía, girando su cabeza hacia un lado para alejarse.

—¿Qué sucede? —Insistí con el beso, buscándola, pero se rehusó a continuar con él.

—¡Solo detente! —Interpuso sus manos entre nuestros cuerpos e intentó quitarme de encima, pero mi peso era demasiado para su fuerza.

Obedecí, echándome para atrás hasta quedar sentado en la orilla de la cama.

—¿Qué pasa? —Volví a preguntar.

Ana se recargó contra la cabecera, alejada de mí y mostrándose incomoda mientras acomodaba su blusa y se limpiaba los labios con el dorso de la mano.

Mi respiración estaba agitada, y podía notar el desenfrenado vaivén de la suya.

—No estoy lista para... eso —respondió, evitando mirarme.

Para la chica que siempre me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora