—La verdad es que no soy muy bueno, pero podría buscar mis apuntes y...

—Descuida. —Tajó mis palabras con amabilidad—. Miguel es un experto en la materia, él sí puede ayudarme.

Auch.

Entonces sí había ventajas en ser un matado del estudio. En mi mente nunca creí que sería una cualidad que atrajera a las chicas, tendría que hacérselo saber a David para que lo utilizara a su favor.

—¿Miguel es el chico de anteojos de tu salón? —pregunté, pretendiendo no saber nada sobre él, aunque ya lo había buscado en las redes sociales para conocer aunque fuera sus datos más básicos.

—Sí. —Tardó en responder, utilizando un tenor de inseguridad.

—Y es el mismo con el que te vi el otro día —dije, más semejante a una afirmación que a una pregunta.

—Así es. —Chasqueó la lengua.

Viré en una calle menos transitada, donde la movilidad del tránsito era mayor, permitiendo que avanzáramos con rapidez. En cualquier otro momento hubiera agradecido la falta de vehículos que retrasaran mi llegada a casa, pero en esa ocasión hubiese preferido que quedáramos atrapados en embotellamiento, el cual me brindaría más tiempo para estar con ella.

Tenía que darme prisa si quería encontrar la clave para fragmentar la brecha que nos separaba antes de que se agotara el tiempo, y para ello necesitaba pensar con claridad, hallar las palabras adecuadas para traspasar la coraza que Ana formó a su alrededor con la intención de mantenerme alejado.

Pero no sabía cómo hacerlo.

La noche anterior tardé un par de horas en dormir a causa de la lucha interna que suscitaba entre diversos diálogos que podía usar para charlar, aunque ninguno parecía estar sirviendo de algo.

Una idea cruzó por mi cabeza, pero de inmediato me retracté de decirla en voz alta. No era prudente preguntar aquello, a pesar de que invadió mis pensamientos como una plaga, y aunque la ansiedad me pidiera que tocara esa cuestión, como una forma de liberar las cadenas que me aprisionaban en un cuadro de tortura.

Quería decirlo, pero no debía, ¿o sí?

¿Qué sería lo peor que podría suceder?

Ana no podía bajarse del vehículo en cuanto éste siguiera en movimiento, o por lo menos no la creía capaz de hacerlo. Y no podía ignorarme más de lo que ya lo hacía, su indiferencia no era una amenaza en ese punto de la situación. Así que... qué más daba arriesgarse para satisfacer mi curiosidad.

—Y tú, ehh, ¿sólo estás saliendo con él o ustedes son...?

—Somos novios —respondió, interrumpiéndome—. Me lo pidió el día que nos viste en el restaurante.

Eso explicaba las flores, y el atuendo elegante de Miguel, aunque aún consideraba que no era compatible con Ana, pero ese no era mi asunto, y no debía dar una opinión donde no la solicitaron.

—Pues felicidades... Supongo. —Añadí tras considerar si mi comentario era apropiado o estaba de más.

—Gracias...

De soslayo vi que iba observando el panorama a través de la ventana cerrada, distante al momento que compartíamos.

Ya nada parecía ser como antes.

Encendí el radio para intentar dispersar la tensión que era casi palpable entre ambos. La música que se escuchó no era de un grupo que me resultara familiar, pero funcionaba para romper la incomodidad... aunque fuera sólo un poco.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now