37- Lo tuyo también es mío.

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Rafael

Ya había pasado un mes desde el accidente, cada día estaba mejor e incluso ya estaba trabajando, no había salido de la casa aún, pero desde allí estaba manejando todo, con mucha precaución por supuesto ya que las llamadas y mensajes se podían rastrear. Mientras trabajaba en mi oficina, los niños estaban a fuera jugando, ahora que estaban viviendo conmigo, estaba tratando de darle tiempo de descanso a Valentina, en la tarde por ejemplo fue a verse con Anneth, la esposa de Emiliano.

Siempre que estaba en la oficina dejaba la puerta entre abierta para que por cualquier cosa mis hijos fueran a buscarme.

—¿Ya llegó? —pregunté a través del celular.

—Sí señor, la vieja ya está en casa —habló en clave.

—Que bueno, atiendanla bien.

—Como siempre señor.

—Bien —colgué. Saqué la tarjeta chip y la rompí.

—¿Se puede? —levanté la vista, era Sheko.

—Pasa —desde que llegaron por lo del accidente, no lo había vuelto a ver.

—¿Cómo te sientes? —se sentó en una de las sillas frente a mí.

—Bien. Ya estoy bastante mejor. Pero dime, ¿qué te trae por acá?

—La nueva ruta que necesitamos —asentí.

—Ya lo tengo listo —abrí la gaveta y saqué un pequeño mapa—. Las avionetas van a llegar a la sierra, ahí van a cargar con la mercancía, de ahí salen directo a Colombia. El único cambio es el de la salida desde la sierra, nada más.

—Está bien. Pero ¿cuándo llegan?

—Llegan por la madrugada, entre las una y dos de la mañana.

—Entonces voy a salir temprano para allá, así preparo todo para cuando lleguen —tomó el mapa, sacó su celular y le tomó una foto—. Espero que todo nos salga bien.

—Así debe de ser. ¿Cómo está mi hermana? —sonrió.

—Bien. Preparándose para sus exámenes finales y la graduación.

—Me alegra.

—Por cierto, en cuanto termine la universidad nos iremos a vivir juntos, quizás en en Estados Unidos, aún no lo decidimos.

—Está bien, de todas formas yo ya no puedo opinar nada, ustedes se casaron, sin mi consentimiento, pero ya qué —me encogí se hombros.

—Pronto nos casaremos por la iglesia y ahí estarán todos, por supuesto.

—¿Así? —asintió—. Pues ahí estaré —sonrió más tranquilo.

—Me alegra —se puso de pie—. Nos vemos después, ya voy a preparar todo —se puso de pie, yo no lo hice porque debía seguir en la silla de ruedas—. Nos vemos después, espero que para cuando eso pase ya estés completamente bien.

—También lo espero —nos dimos la mano—. Cuídate.

—Así será —salió de la oficina y yo me quedé pensando en lo rápido que habían crecido mis hermanos, mi pequeña hermana de veintiún años dentro de poco se casaría por la iglesia. 

—Papi —vi a mi hijo.

—¿Qué pasa mi amor? —me acerqué a él.

—Teno hamble y ebés tamben —mi reloj.

—Sí, ya es hora de comer, vamos —lo senté en mis piernas y entre risas, porque iba haciendo sonidos de auto, salimos de la oficina—. Mami dejó la comida, así que sólo vamos a calentarla —lo puse en el piso y me levanté, mi cuerpo estaba adormecido por estar sentado en esa madre, ya la iba a dejar, estaba harta.

Por ti TodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora