—¿Por qué? —cuestioné, confundido ante su radical cambio. Al principio estaba entusiasmada por verse a ella misma forma parte de una exposición, pero en ese momento se veía avergonzada e incómoda por el mismo motivo. 

—Hay demasiada gente —comentó con el rostro agachado—, comienzo a ponerme nerviosa.

Miré a nuestro alrededor, no me había percatado de ello debido al estupor que me nubló, en el cual sentí que todo había transcurrido en un plano diferente. La gente se amontonaba frente al retrato de Ana, hablando y opinando sin notar que la musa de aquella obra estaba presente.

Le eché un último vistazo a la fotografía y guardé cada fragmento en mi mente por si era la última vez que me encontraba con esa carátula de Ana. Entonces sujeté a Little Darling de la mano y fue mi turno de dispersar a las personas para abrirnos paso entre ellas. La pelirroja caminaba muy cerca de mí, lo suficiente para que su cuerpo rozara contra el mío a cada paso que avanzábamos. 

Algunas personas nos dedicaron amargas miradas al cruzar dentro de su rango de visión, obstaculizando su panorama por apenas unos segundos. Sin embargo, mi única preocupación era sacar a Ana de ahí, la cual estaba pálida y parecía respirar con dificultad. 

El aire fresco azotó nuestros cuerpos con alivio, desahogando el sofocante calor desprendido por la muchedumbre encerrada en aquella cámara mal ventilada. La pelirroja respiró con alarmante profundidad, como si no lo hubiese hecho durante el tiempo que estuvimos dentro. 

Se encorvó hacia adelante para sostenerse por las rodillas, respirando con irregularidad. Nunca antes la había visto de esa manera, tan afectada e inestable. Me preocupaba, pero no sabía cómo actuar ante aquella situación, no estaba preparado para lidiar con algo de tal magnitud.

—¿Te encuentras bien? —Acaricié su espalda con la palma de mi mano para intentar reconfortarla.

—Sí. Yo... Lo lamento, no sé qué me sucedió. —Su voz tembló mientras hablaba cabizbaja. Ese quiebre lo conocía de la noche en que nos conocimos, cuando me contó sobre el cuadro depresivo que tuvo tras la separación de sus padres y se envolvió en la debilidad.

—Hey... —Levanté su cabeza sujetándola por el mentón. Sus ojos se quedaron fijos sobre los míos—. No tienes nada de qué disculparte. Yo también me sentiría abrumado si de pronto me convirtiera en alguien famoso.

Sonrió con esfuerzo, sin embargo, parecía agradecida. —¿Alguna vez te he dicho lo tonto que eres?

—Sólo algunas veces, pero creo que no las suficientes para que lo recuerde —respondí con un ápice petulante que la hizo reír.

Enderezó su postura y negó por lo bajo, como si estuviera reprochándose por su previa actitud. Se le veía un poco más serena, y el color había regresado a sus mejillas. Atribuí el ataque de pánico a su timidez, pues no estaba acostumbrada a ser el punto de enfoque de tantas miradas a la vez. Ana era temerosa, a veces insegura, lo que se reflejaba en sus constantes cavilaciones que intentaba disipar con una sonrisa frente a los demás, pero yo sabía que su actuar en algunas ocasiones era el de una persona introvertida que luchaba por encajar con el resto.

—¿Quieres hacer algo más o te llevo a casa? —Le pregunté luego de asegurarme de que estuviese más tranquila.

Miró hacia el cielo, encontrándose con un manto de matices grisáceos que cubría a las estrellas. Se quedó pensativa por un momento, flexionando mientras el viento arremolinaba su cabello en dispersas direcciones.

—Creo que es hora de regresar a mi hogar. —Volvió su atención a mí—. Ya fueron suficientes emociones por el día de hoy.

Me reí. —Estoy de acuerdo, pero la próxima vez tendremos que ir a una exposición donde yo sea el protagonista.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now