Capítulo 42

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El celular de Beatriz comienza a sonar con mucha insistencia, interrumpiendo su sueño. Abre los ojos lentamente y observa la superficie de madera sobre la que se encuentra recostada, notando como la luz del sol se cuela por las ventanas e ilumina todo el espacio. Tarda unos minutos en ubicarse y darse cuenta de que se encuentra en su oficina, se ha quedado dormida sobre el escritorio.

No tiene ni idea de la hora que es, por lo que estira su mano para tomar su móvil. Para su sorpresa es muy tarde, pasada las ocho de la mañana. Las niñas ya deben estar en la escuela.

Observa de reojo el calendario y sus ojos se amplían de manera exagerada al ver la fecha. Aún aturdida por el repentino despertar, se pone de pie. Los papeles que revisaba la noche anterior se encuentran en completo desorden sobre su escritorio. No logró encontrar lo que buscaba. Ese agujero negro que lentamente consume sus empresas y amenaza con destruirlas. A este paso se declarará en banca rota antes de lo que canta un gallo.

Decide alejar esos pensamientos, tiene muchas otras cosas en qué pensar en un día como ese, comenzando por el hecho de que debe volver a casa lo más antes posible.

El camino le resulta tedioso, el tráfico a esa hora se encuentra muy pesado, justo el día en el que quiere llegar más pronto a casa. Observa por la ventana del auto y justo a su lado se encuentra una mujer, quien se encuentra pidiéndole a su pequeño hijo que se mantenga tranquilo en el asiento trasero del auto. Sus ojos se cristalizan, rápidamente desvía su mirada, no quiere hacerlo, no quiere romper en llanto en ese momento.

Al cruzar el umbral, se encuentra con una mansión en completo silencio. Busca a su marido por todas partes, hasta que recuerda que él prefiere pasar ese día a solas.

—Debió haberse ido a casa de su madre o a algún otro lugar— murmura para sí misma mientras ingresa a su habitación.

Suspira con pesadez mientras se adentra rápidamente al baño para darse una ducha y, luego de esta, vestirse. Ya lista, se apresura a tomar sus llaves nuevamente y salir. Tiene una lista de cosas que hacer en su mente y entre ellas está el comprar flores y localizar a Alex para que busque a las niñas en la escuela y las lleve a casa de Susan.

Estaciona el auto frente al lugar y baja rápidamente cargando el ramo de lirios, lirios rosados, esas eran las favoritas de esa persona; a pesar de que ella las detesta.

Camina por el pasto verde, entre las lápidas que se encuentra a su alrededor. A cada paso que da, su corazón late con mucha intensidad mientras se acerca a la tumba de su hija. Sus ojos se cristalizan y las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. Cuatro años ya, cuatro años de aquel terrible accidente en el que su princesa perdiera la vida. Aún no puede superarlo.

Sorbe su nariz mientras se arrodilla frente a la tumba, acaricia lentamente el nombre tallado en la lápida, Melody Johnson. Procede a cambiar las flores ya marchitas por los lirios que lleva en sus manos. Ella habría amado esas flores, lo sabe.

—Como quisiera que estuvieras aquí, mi amor— susurra mientras acaricia la fotografía de la menor—. Habrías adorado a Katy, hubieras sido la hermana mayor que siempre deseaste ser— un leve sollozo se escapa de sus labios.

Su voz se entrecorta con cada palabra, cierra los ojos con fuerza intentando calmar su llanto, pero le es imposible. No importa cuántas veces haga esto, jamás se acostumbrará a estar sin su hija.

—Creo que Melody sabe que, si ella estuviera viva, Katy no estaría en tu vida.

Escucha la conocida voz y frunce el ceño mientras intenta limpiar las lágrimas que ruedan por sus mejillas.

—Visité tu casa esta mañana, y me enteré de que dormiste en la empresa. ¿Qué crees que estás haciendo, Beatriz?

—Te dignaste en regresar, ¿eh?— comenta con ironía, ignorando la pregunta, mientras dirige su mirada hacía la mujer de pie tras ella—. Pensé que te quedarías con Marcus.

La Niña Del OrfanatoWhere stories live. Discover now