—Lo lamento. Por cierto—dijo—, acabo de ver a tu amigo.

—Lo sé, a eso se debe tu retraso ¿no es así? ¿Cómo está?

—No... quiero decir, sí, por ello me retrase. Pero me refiero al alma de Stark, estaba con ¿cómo me dijiste que se llama?

Pepper rió.

—¿Cómo puedes olvidarlo, Stephen?

Strange se encogió de hombros.

—Dirás lo que quieras, pero no se llama como yo.

—La diferencia son un par de letras, y nadie se da cuenta si no lo escribes—replicó Pepper, pero de inmediato retomó la conversación—. Acaban de huir de la fiesta, sabe Dios que harán o a dónde irán. Conociendo a Tony, seguramente lo arrastrara a una pizzería o algo por el estilo. Pero no me has contestado.

—¿Cómo está su cuerpo? Igual que antes, sin cambios excepto por la presencia más sólida del alma de la chica. Cualquier cosa que ocurra con lo médicamente medible, me lo informará la enfermera.

Pepper asintió y le tomó del brazo. —Ven, hay unos amigos que quiero presentarte.

***

Tony bajó del auto y se quejó por milésima vez del alto de los zapatos, habría querido quitárselos en el camino a casa, pero no había podido; el auto no le permitía la libertad de movimiento que habría querido para desabrochar las cintas, tampoco había ayudado la mano de Steve sobre su muslo durante el trayecto y por la que no hizo intento de quitar. Pero, ahora que volvía a poner los pies en tierra el cansancio se hizo patente y una vez más, se preguntó cómo era que Pepper podía subir y bajar con esos zancos por toda la empresa, día y noche.

—No podré caminar nunca más en mi vida—exageró y escuchó la risa de Steve, ahogada por el sonido del mecanismo de la cochera que cerraba la puerta. Luego, le vio rodear el auto y un segundo después dejó de sentir el suelo. Steve le tomó en brazos cual damisela en peligro y comenzó el ascenso de la pequeña escalera que daba acceso al resto de la casa.

—Encárgate de las puertas— le dijo y Tony se encargó de girar lo pomos y empujar las puertas que les cerraban el camino.

—Y tú encárgate de no golpearme la cabeza con alguna pared—bromeó, Tony, cuando cruzaban la sala—, mi cabeza en muy valiosa, la tengo asegurada.

Steve rió y Tony aferró los brazos entorno a su cuello cuando alcanzaron el pie de la escalera. Entonces, comenzó el ascenso a la habitación que compartían. Y con cada escalón el corazón de Tony se las arreglaba para aumentar un latido a su frecuencia cardíaca. Las cosas eran diferentes a las que sucedieron en Japón, para empezar no había tomado de más, aunque ahora deseaba haber, al menos, tomado otra copa de champage. Volteó a ver a Steve, él parecía tranquilo, aunque, tal vez, también había cierto nerviosismo en él que Tony no alcanzaba a visualizar y mucho menos a sentir, al estar enfrascado y consumido por sus propios nervios. No era un sueño, ni tampoco podía dar marcha atrás, a pesar de estar seguro de que, de querer frenar, Steve lo haría sin siquiera esgrimir una queja al respecto... pero eso, en caso, repito, de querer frenar; y por primera vez, incluso atacado por la inquietud, no tenía ganas de detener nada. Esa voz que anteriormente había acallado, esa que pedía quitar el pie del freno, era más fuerte que nunca, opacaba, ahogaba y bloqueaba cualquier otra.

Abrió la puerta de la habitación y tras entrar, Steve le dejo suavemente en el piso. Tony, está vez, no se quejó, al contrario, agradeció aquello, porque significó un pequeño respiro, un latido menos. Steve le acunó el rostro y le atrajo en un suave beso, que Tony correspondió con entrega, sin limitarse de ninguna manera. Después, en el claroscuro de la habitación, con sólo la luz que provenía del pasillo y entraba por la puerta abierta, Steve le miró a los ojos. Tony identificó el azul que le recibió al despertar, ese azul que era como algún mar que en sus múltiples viajes había conocido, un mar tranquilo, que a la vez ocultaba muchos naufragios en sus profundidades.

El inesperado despertar a tu ladoWhere stories live. Discover now